Page 355 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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casa, me fuera imposible, según la priesa que me daba mi alma a poner por obra ésta que a mi me
parece tan buena como tú, padre amado, la juzgas por mala.
Esto dijo, a tiempo que ni su padre la oía ni nosotros ya le veíamos; y así, consolando yo a Zoraida,
atendimos todos a nuestro viaje, el cual nos le facilitaba el propio viento, de tal manera, que bien
tuvimos por cierto de vernos otro día al amanecer en las riberas de España. Mas como pocas veces, o
nunca, viene el bien puro y sencillo sin ser acompañado o seguido de algún mal que le turbe o
sobresalte, quiso nuestra ventura, o quizá las maldiciones que el moro a su hija había echado, que
siempre se han de temer de cualquier padre que sean, quiso, digo, que estando ya engolfados y
siendo ya casi pasadas tres horas de la noche, yendo con la vela tendida de alto abajo, frenillados los
remos, porque el próspero viento nos quitaba del trabajo de haberlos menester, con la luz de la luna,
que claramente resplandecía, vimos cerca de nosotros un bajel redondo, que, con todas las velas
tendidas, llevando un poco a orza el timón, delante de nosotros atravesaba; y esto, tan cerca, que
nos fue forzoso amainar por no embestirle, y ellos, asimesmo, hicieron fuerza de timón para darnos
lugar que pasásemos. Habíanse puesto a bordo del bajel a preguntamos quién éramos, y adonde
navegábamos, y de dónde veníamos; pero por preguntarnos esto en lengua francesa, dijo nuestro
renegado:
-Ninguno responda; porque éstos, sin duda, son cosarios franceses, que hacen a toda ropa.
Por este advertimiento, ninguno respondió palabra; y habiendo pasado un poco delante, que ya el
bajel quedaba a sotavento, de improviso soltaron dos piezas de artillería, y, a lo que parecía, ambas
venían con cadenas, porque con una cortaron nuestro árbol por medio, y dieron con él y con la vela
en la mar; y al momento disparando otra pieza, vino a dar la bala en mitad de nuestra barca, de
modo, que la abrió toda, sin hacer otro mal alguno; pero como nosotros nos vimos ir a fondo,
comenzamos todos a grandes voces a pedir socorro, y a rogar a los del bajel que nos acogiesen,
porque nos anegábamos. Amainaron entonces, y echando el esquife o barca a la mar, entraron en él
hasta doce franceses bien armados, con sus arcabuces y cuerdas encendidas, y así llegaron junto al
nuestro; y viendo cuán pocos éramos, y cómo el bajel se hundía, nos recogieron, diciendo que por
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