Page 353 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-Y ¿qué bien es el que te has hecho, hija?
-Eso -respondió ella- pregúntaselo tú a Lela Marién; que ella te lo sabrá decir mejor que no yo.
Apenas hubo oído esto el moro, cuando, con una increíble presteza, se arrojó de cabeza en la mar,
donde sin ninguna duda se ahogara, si el vestido largo y embarazoso que traía no le entretuviera un
poco sobre el agua. Dio voces Zoraida que le sacasen, y así, acudimos luego todos, y, asiéndole de la
almalafa, le sacamos medio ahogado y sin sentido; de que recibió tanta pena Zoraida, que, como si
fuera ya muerto hacía sobre él un tierno y doloroso llanto. Volvimosle boca abajo; volvió mucha
agua; tomó en si al cabo de dos horas, en las cuales, habiéndose trocado el viento, nos convino
volver hacia tierra, y hacer fuerza de remos, por no embestir en ella; mas quiso nuestra buena suerte
que llegamos a una caía que se hace al lado de un pequeño promontorio o cabo que de los moros es
llamado el de la Caba Rumía, que en nuestra lengua quiere decir la mala mujer cristiana; y es
tradición entre los moros que en aquel lugar está enterrada la Cava, por quien se perdió España.
porque cava en su lengua quiere decir mujer mala, y rumía, cristiana; y aun tienen por mal agüero
llegar allí a dar fondo cuando la necesidad les fuerza a ello, porque nunca le dan sin ella; puesto que
para nosotros no fue abrigo de mala mujer, sino puerto seguro de nuestro remedio, según andaba
alterada la mar. Pusimos nuestras centinelas en tierra, y no dejamos jamás los remos de la mano;
comimos de lo que el renegado había proveído, y rogamos a Dios y a Nuestra Señora, de todo
nuestro corazón, que nos ayudase y favoreciese para que felicemente diésemos fin a tan dichoso
principio. Diose orden, a suplicación de Zoraida, como echásemos en tierra a su padre y a todos los
demás moros que allí atados venían, porque no le bastaba el ánimo, ni lo podían sufrir sus blandas
entrañas, ver delante de sus ojos atado a su padre y a aquellos de su tierra presos. Prometímosle de
hacerlo así al tiempo de la partida, pues no corría peligro el dejallos en aquel lugar, que era
despoblado. No fueron tan vanas nuestras oraciones, que no fuesen oídas del cielo; que, en nuestro
favor, luego volvió el viento tranquilo el mar, convidándonos a que tornásemos alegres a proseguir
nuestro comenzado viaje. Viendo esto, desatamos a los moros, y uno a uno los
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