Page 351 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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de mercancía, como no fuese de las que andan en corso, que no sólo no nos perderíamos, mas que
tomaríamos bajel donde con más seguridad pudiésemos acabar nuestro viaje. Iba Zoraida, en tanto
que se navegaba, puesta la cabeza entre mis manos por no ver a su padre, y sentía yo que iba
llamando a Lela Marién que nos ayudase.
Bien habríamos navegado treinta millas, cuando nos amaneció, como tres tiros de arcabuz
desviados de tierra, toda la cual vimos desierta y sin nadie que nos descubriese; pero, con todo eso,
nos fuimos a fuerza de brazos entrando un poco en la mar, que ya estaba algo más sosegada; y
habiendo entrado casi dos leguas, diose orden que se bogase a cuarteles en tanto que comíamos
algo, que iba bien proveída la barca, puesto que los que bogaban dijeron que no era aquél tiempo de
tomar reposo alguno; que les diesen de comer los que no bogaban; que ellos no querían soltar los
remos de las manos en manera alguna. Hízose ansí, y en esto comenzó a soplar un viento largo, que
nos obligó a hacer luego vela y a dejar el remo, y enderezar a Orán, por no ser posible poder hacer
otro viaje. Todo se hizo con mucha presteza, y así, a la vela navegamos por más de ocho millas por
hora, sin llevar otro temor alguno sino el de encontrar con bajel que de corso fuese. Dimos de comer
a los moros bagarinos, y el renegado les consoló diciéndoles cómo no iban cautivos; que en la
primera ocasión les darían libertad. Lo mismo se le dijo al padre de Zoraida, el cual respondió:
-Cualquiera otra cosa pudiera yo esperar y creer de vuestra liberalidad y buen término, ¡oh
cristianos!; mas el darme libertad, no me tengáis por tan simple que lo imagine; que nunca os
pusisteis vosotros al peligro de quitármela para volverla tan liberalmente, especialmente sabiendo
quién soy yo, y el interese que se os puede seguir de dármela; el cual interese si le queréis poner
nombre, desde aquí os ofrezco todo aquello que quisiéredes por mi, y por esa desdichada hija mía, o
si no, por ella sola, que es la mayor y la mejor parte de mi alma.
En diciendo esto, comenzó a llorar tan amargamente, que a todos nos movió a compasión, y forzó a
Zoraida que le mirase; la cual, viéndole llorar, así se enterneció, que se levantó de mis pies y fue a
abrazar a su padre y, juntando su rostro con el suyo, comenzaron los dos tan tierno llanto, que
muchos de los que allí íbamos le acompañamos en él. Pero cuando su padre la vio adornada de fiesta
y con tantas joyas sobre sí, le dijo en su lengua:
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