Page 349 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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encarecer. Luego que yo la vi, le tomé una mano y la comencé a besar, y el renegado hizo lo mismo, y
mis dos camaradas; y los demás que el caso no sabían hicieron lo que vieron que nosotros hacíamos,
que no parecía sino que le dábamos las gracias y la reconocíamos por señora de nuestra libertad. El
renegado le dijo en lengua morisca si estaba su padre en el jardín. Ella respondió que sí, y que
dormía.
-Pues será menester despertalle -replicó el renegado-, y llevárnosle con nosotros, y todo aquello que
tiene de valor este hermoso jardín.
-No -dijo ella-; a mi padre no se ha de tocar en ningún modo, y en esta casa no hay otra cosa que lo
que yo llevo, que es tanto, que bien habrá para que todos quedéis ricos y contentos, y esperaros un
poco y lo veréis.
Y diciendo esto, se volvió a entrar, diciendo que muy presto volvería; que nos estuviésemos quedos,
sin hacer ningún ruido. Preguntéle al renegado lo que con ella había pasado, el cual me lo contó, a
quien yo dije que ninguna cosa se había de hacer más de lo que Zoraida quisiese; la cual ya volvía
cargada con un cofrecillo lleno de escudos de oro, tantos, que apenas lo podía sustentar. Quiso la
mala suerte que su padre despertase en el ínterin y sintiese el ruido que andaba en el jardín; y
asomándose a la ventana, luego conoció que todos los que en él estaban eran cristianos; y dando
muchas, grandes y desaforadas voces, comenzó a decir en arábigo: «-¡Cristianos, cristianos!
¡Ladrones, ladrones!» Por los cuales gritos nos vimos todos puestos en grandísima y temerosa
confusión; pero el renegado, viendo el peligro en que estábamos, y lo mucho que le importaba salir
con aquella empresa antes de ser sentido, con grandísima presteza subió donde Agi Morato estaba, y
juntamente con él fueron algunos de nosotros; que yo no osé desamparar a la Zoraida, que como
desmayada se había dejado caer en mis brazos. En resolución, los que subieron se dieron tan buena
maña, que en un momento bajaron con Agi Morato, trayéndole atadas las manos y puesto un
pañizuelo en la boca, que no le dejaba hablar palabra, amenazándole que el hablarla le había de
costar la vida. Cuando su hija lo vio se cubrió los ojos por no verle, y su padre quedó espantado,
ignorando cuán de su voluntad se había puesto en nuestras manos; mas entonces siendo más
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