Page 347 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-No importa, hija, que el cristiano se vaya; que ningún mal te ha hecho, y los turcos ya son idos. No

                  te sobresalte cosa alguna, pues ninguna hay que pueda darte pesadumbre; pues, como ya te he

                  dicho, los turcos, a mi mego, se volvieron por donde entraron.

                  -Ellos, señor, la sobresaltaron, como has dicho -dije yo a su padre-; mas pues ella dice que yo me

                  vaya, no la quiero dar pesadumbre: quédate en paz, y, con tu licencia, volveré, si fuere menester, por

                  yerbas a este jardín; que, según dice mi amo, en

                  ninguno las hay mejores para ensalada que en él.




                  -Todas las que quisieres podrás volver -respondió Agi Morato-; que mi hija no dice esto por que tú

                  ni ninguno de los cristianos la enojaban, sino que, por decir que los turcos se fuesen, dijo que tú te

                  fueses, o porque ya era hora que buscases tus yerbas.

                  Con esto me despedí al punto de entrambos; y ella, arrancándosele el alma al parecer, se fue con su

                  padre, y yo, con achaque de buscar las yerbas, rodeé muy bien y a mi placer todo el jardín: miré bien

                  las entradas y salidas, y la fortaleza de la casa, y la comodidad que se podía ofrecer para facilitar

                  todo nuestro negocio. Hecho esto, me vine y di cuenta de cuanto había pasado al renegado y a mis

                  compañeros, y ya no veía la hora de yerme gozar sin sobresalto del bien que en la hermosa y bella

                  Zoraida la suerte me ofrecía. En fin, el tiempo pasó, y se llegó el día y plazo de nosotros tan deseado;

                  y siguiendo todos el orden y parecer que, con discreta consideración y largo discurso, muchas veces
                  habíamos dado, tuvimos el buen suceso que deseábamos; porque el viernes que se siguió al día que

                  yo con Zoraida hablé en el jardín, nuestro renegado, al anochecer, dio fondo con la barca casi

                  frontero de donde la hermosísima Zoraida estaba.


                  Ya los cristianos que habían de bogar el remo estaban prevenidos, y escondidos por diversas partes
                  de todos aquellos alrededores. Todos estaban suspensos y alborozados aguardándome deseosos ya

                  de embestir con el bajel que a los ojos tenían; porque ellos no sabían el concierto del renegado, sino

                  que pensaban que a fuerza de brazos habían de haber y ganar la libertad, quitando la vida a los

                  moros que dentro de la barca estaban. Sucedió, pues, que así como yo me mostré y mis compañeros,


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