Page 343 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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astillero; a los cuales no les dije otra cosa sino que el primer viernes en la tarde se saliesen uno a

                  uno, disimuladamente, y se fuesen la vuelta del jardín de Agi Morato, y que allí me aguardasen

                  hasta que yo fuese.

                  A cada uno di este aviso de por sí, con orden que aunque allí viesen a otros cristianos, no les dijesen

                  sino que yo les había mandado esperar en aquel lugar. Hecha esta diligencia, me faltaba hacer otra,

                  que era la que más me convenía, y era la de avisar a Zoraida en el punto que estaban los negocios,

                  para que estuviese apercebida y sobre aviso, que no se sobresaltase si de improviso la asaltásemos

                  antes del tiempo que ella podía imaginar que la barca de cristianos podía volver. Y así determiné de
                  ir al jardín y ver si podría hablarla; y, con ocasión de coger algunas yerbas, un día, antes de mi

                  partida, fui allá, y la primera persona con quien encontré fue con su padre, el cual me dijo en lengua

                  que en toda la Berbería, y aun en Constantinopla, se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca,

                  ni castellana, ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, con la cual todos nos

                  entendemos; digo, pues, que en esta manera de lenguaje me preguntó en qué buscaba en aquel su

                  jardín, y de quién era.

                  Respondile que era esclavo de Arnaúte Mamí (y esto, porque sabía yo por muy cierto que era un

                  grandísimo amigo suyo), y que buscaba de todas yerbas, para hacer ensalada.

                  Preguntóme, por el consiguiente, si era hombre de rescate o no, y que cuánto pedía mi amo por mí.


                  Estando en todas estas preguntas y respuestas, salió de la casa del jardín la bella Zoraida, la cual ya

                  había mucho que me había visto; y como las moras en ninguna manera hacen melindre de

                  mostrarse a los cristianos, ni tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dio nada de venir
                  adonde su padre conmigo estaba; antes, luego cuando su padre vio que venía, y de espacio, la llamó

                  y mandó que llegase.


                  Demasiada cosa seria decir yo agora la mucha hermosura, la gentileza, el gallardo y rico adorno con
                  que mi querida Zoraida se mostró a mis ojos; sólo diré que más perlas pendían de su hermosísimo

                  cuello, orejas y cabellos que cabellos tenía en la cabeza. En las gargantas de los sus pies, que

                  descubiertas, a su usanza, traía, traía dos carcajes (que así se llamaban las manillas o ajorcas de los



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