Page 342 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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No se pasaron quince días, cuando ya nuestro renegado tenía comprada una muy buena barca,
capaz de más de treinta personas; y para asegurar su hecho y dalle color, quiso hacer, como hizo, un
viaje a un lugar que se llamaba Sargel, que está treinta leguas de Argel hacia la parte de Orán, en el
cual hay mucha contratación de higos pasos. Dos o tres veces hizo este viaje, en compañía del
tagarino que había dicho. Tagarinos llaman en Berbería a los moros de Aragón, y a los de Granada,
mudéjares, y en el reino de Fez llaman a los mudéjares elches, los cuales son la gente de quien aquel
rey más se sirve en la guerra. Digo, pues, que cada vez que pasaba con su barca daba fondo en una
caleta que estaba no dos tiros de ballesta del jardín donde Zoraida esperaba; y allí, muy de
propósito, se ponía el renegado con los morillos que bogaban el remo, o ya a hacer la zalá, o a como
por ensayarse de burlas a lo que pensaba hacer de veras; y así, se iba al jardín de Zoraida, y le pedía
fruta, y su padre se la daba sin conocelle; y, aunque él quisiera hablar a Zoraida, como él después me
dijo, y decille que él era el que por orden mía la había de llevar a tierra de cristianos, que estuviese
contenta y segura, nunca le fue posible, porque las moras no se dejan ver de ningún moro ni turco,
si no es que su marido o su padre se lo manden. De cristianos cautivos se dejan tratar y comunicar,
aún más de aquello que sería razonable; y a mi me hubiera pesado que él la hubiera hablado, que
quizá la alborotara, viendo que su negocio andaba en boca de renegados. Pero Dios, que lo ordenaba
de otra manera, no dio lugar al buen deseo que nuestro renegado tenía; el cual, viendo cuán
seguramente iba y venia a Sargel, y que daba fondo cuando, y como, y adonde quería, y que el
tagarino su compañero no tenía más voluntad de lo que la suya ordenaba, y que yo estaba ya
rescatado, y que sólo faltaba buscar algunos cristianos que bogasen el remo, me dijo que mirase yo
cuáles quería traer conmigo, fuera de los rescatados,
y que los tuviese hablados para el primer viernes, donde tenía determinado que fuese nuestra
partida. Viendo esto, hablé a doce españoles, todos valientes hombres del remo, y de aquellos que
más libremente podían salir de la ciudad; y no fue poco hallar tantos en aquella coyuntura, porque
estaban veinte bajeles en corso, y se habían llevado toda la gente del remo, y éstos no se hallaran, si
no fuera que su amo se quedó aquel verano sin ir en corso, a acabar una galeota que tenía en
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