Page 341 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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porque lo había advertido tan bien como si Lela Marién se lo hubiera dicho, y que en ella sola estaba

                  dilatar aquel negocio, o ponello luego por obra.

                  Ofrecíle de nuevo de ser su esposo, y con esto, otro día que acaeció a estar solo el baño, en diversas

                  veces, con la caña y el paño, nos dio dos mil escudos de oro y un papel donde decía que el primer

                  jumá, que es el viernes, se iba al jardín de su padre, y que antes que se fuese nos daría más dinero; y

                  que si aquello no bastase, que se lo avisásemos, que nos daría cuanto le pidiésemos, que su padre

                  tenía tantos, que no lo echaría menos, cuanto más que ella tenía las llaves de todo. Dimos luego

                  quinientos escudos al renegado para comprar la barca; con ochocientos me rescaté yo, dando el
                  dinero a un mercader valenciano que a la sazón se hallaba en Argel, el cual me rescató del rey,

                  tomándome sobre su palabra, dándola de que con el primer bajel que viniese de Valencia pagaría mi

                  rescate; porque si luego diera el dinero, fuera dar sospechas al rey que había muchos días




                  que mi rescate estaba en Argel, y que el mercader, por sus granjerías, lo había callado. Finalmente,

                  mi amo era tan caviloso, que en ninguna manera me atreví a que luego se desembolsase el dinero.

                  El jueves antes del viernes que la hermosa Zoraida se había de ir al jardín nos dio otros mil escudos

                  y nos avisó de su partida, rogándome que si me rescatase, supiese luego el jardín de su padre, y que

                  en todo caso buscase ocasión de ir allá y verla. Respondíle en breves palabras que así lo haría, y que

                  tuviese cuidado de encomendarnos a Lela Marién con todas aquellas oraciones que la cautiva le

                  había enseñado. Hecho esto, dieron orden en que los tres compañeros nuestros se rescatasen, por

                  facilitar la salida del baño, y porque viéndome a mí rescatado, y a ellos no, pues había dinero, no se
                  alborotasen y les persuadiese el diablo que hiciesen alguna cosa en perjuicio de Zoraida; que puesto

                  que el ser ellos quien eran me podía asegurar deste temor, con todo eso, no quise poner el negocio

                  en aventura, y así, los hice rescatar por la misma orden que yo me rescaté, entregando todo el dinero

                  al mercader, para que con certeza y seguridad pudiese hacer la fianza; al cual nunca descubrimos

                  nuestro trato y secreto, por el peligro que había.

                  Capítulo 41: Donde todavía prosigue el cautivo su suceso



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