Page 338 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Con tantas lágrimas y con muestras de tanto arrepentimiento dijo esto el renegado, que todos de un
mesmo parecer consentimos y venimos en declararle la verdad del caso; y así, le dimos cuenta de
todo, sin encubrirle nada. Mostrámosle la ventanilla por donde parecía la caña, y él marcó desde allí
la casa, y quedó de tener especial y gran cuidado de informarse quién en ella vivía. Acordamos
ansimesmo que seria bien responder al billete de la mora; y como teníamos quien lo supiese hacer,
luego al momento el renegado escribió las razones que yo le fui notando, que puntualmente fueron
las que diré, porque de todos los puntos sustanciales que en este suceso me acontecieron, ninguno
se me ha ido de la memoria, ni aun se me irá en tanto que tuviere vida. En efeto, lo que a la mora se
le respondió, fue esto:
El verdadero Alá te guarde, señora mía, y aquella bendita Marién, que es la verdadera madre de
Dios, y es la que te ha puesto en corazón que te vayas a tierra de cristianos, porque te quiere bien.
Ruégale tú que se sirva de darte a entender cómo podrás poner por obra lo que te manda; que ella es
tan buena, que sí hará. De mi parte y de la de todos estos cristianos que están conmigo te ofrezco de
hacer por ti todo lo que pudiéremos, hasta morir. No dejes de escribirme y avisarme lo que pensares
hacer, que yo te responderé siempre; que el grande Alá nos ha dado un cristiano cautivo que sabe
hablar y escribir tu lengua tan bien como lo verás por este papel. Así que, sin tener miedo, nos
puedes avisar de todo lo que quisieres. A lo que dices que si fueres a tierra de cristianos, que has de
ser mi mujer, yo te lo prometo como buen cristiano; y sabe que los cristianos cumplen lo que
prometen mejor que los moros. Alá y Marién su madre sean en tu guarda, señora mía.
Escrito y cerrado este papel, aguardé dos días a que estuviese el baño solo, como solía, y luego salí al
paso acostumbrado del terradillo, por ver si la caña aparecía, que no tardó mucho en asomar. Así
como la vi, aunque no podía ver quién la ponía, mostré el papel, como dando a entender que
pusiesen el hilo; pero ya venia puesto en la caña, al cual até el papel, y de allí a poco tomó a parecer
nuestra estrella, con la blanca bandera de paz del atadillo. Dejáronla caer, y alcé yo, y hallé en el
paño, en toda suerte de moneda de plata y de oro, más de cincuenta escudos, los cuales cincuenta
veces más doblaron nuestro contento, y confirmaron la esperanza de tener libertad. Aquella misma
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