Page 336 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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estábamos; pero a ninguno se rindió la caña sino a mi, porque en llegando yo, la dejaron caer.
Desaté el nudo y hallé cuarenta escudos de oro españoles y un papel escrito en arábigo, y al cabo de
lo escrito, hecha una grande cruz. Besé la cruz, tomé los escudos, volvíme al terrado, hecimos todos
nuestras zalemas, torné a parecer la mano, hice señas que leería el papel, cerraron la ventana.
Quedamos todos confusos y alegres con lo sucedido; y como ninguno de nosotros no entendía el
arábigo, era grande el deseo que teníamos de entender lo que el papel contenía, y mayor la dificultad
de buscar quien lo leyese. En fin, yo me determiné de fiarme de un renegado, natural de Murcia, que
se había dado por grande amigo mío, y puesto prendas entre los dos, que le obligaban a guardar el
secreto que le encargase; porque suelen algunos renegados, cuando tienen intención de volverse a
tierra de cristianos, traer consigo algunas firmas de cautivos
principales, en que dan fe, en la forma que pueden, cómo el tal renegado es hombre de bien, y que
siempre ha hecho bien a cristianos, y que lleva deseo de huirse en la primera ocasión que se le
ofrezca. Algunos hay que procuran estas fees con buena intención; otros se sirven dellas acaso y de
industria; que viniendo a robar a tierra de cristianos, si a dicha se pierden o los cautivan, sacan sus
firmas y dicen que por aquellos papeles se verá el propósito con que venían, el cual era de quedarse
en tierra de cristianos, y que por eso venían en corso con los demás turcos. Con esto se escapan de
aquel primer ímpetu, y se reconcilian con la Iglesia, sin que se les haga daño; y cuando veen la suya,
se vuelven a Berbería a ser lo que antes eran. Otros hay que usan destos papeles, y los procuran con
buen intento, y se quedan en tierra de cristianos. Pues uno de los renegados que he dicho era este mi
amigo, el cual tenía firmas de todas nuestras camaradas, donde le acreditábamos cuanto era posible;
y si los moros le hallaran estos papeles, le quemaran vivo. Supe que sabía muy bien arábigo, y no
solamente hablarlo, sino escribirlo; pero antes que del todo me declarase con él, le dije que me
leyese aquel papel, que acaso me había hallado en un agujero de mi rancho. Abriéle, y estuvo un
buen espacio mirándole y construyéndole, murmurando entre los dientes. Preguntéle sí lo entendía;
díjome que muy bien, y que si quería que me lo declarase palabra por palabra, que le diese tinta y
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