Page 334 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Yo, pues, era uno de los de rescate; que como se supo que era capitán, puesto que dije mi poca

                  posibilidad y falta de hacienda, no aprovechó nada para que no me pusiesen en el número de los

                  caballeros y gente de rescate. Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme

                  con ella, y así pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados

                  y tenidos por de rescate; y aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi
                  siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas

                  crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a éste,

                  desorejaba a aquél; y esto, por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacia

                  no más de por hacerlo, y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano.

                  Solo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas
                  que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad,

                  jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y por la menor cosa de muchos que

                  hizo temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera

                  porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para

                  entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia.

                  Digo, pues, que encima del patio de nuestra prisión caían las ventanas de la casa de un moro rico y

                  principal, las cuales, como de ordinario son las de los moros, más




                  eran agujeros que ventanas, y aun éstas se cubrían con celosías muy espesas y apretadas. Acaeció,

                  pues, que un día, estando en un terrado de nuestra prisión con otros tres compañeros, haciendo

                  pruebas de saltar con las cadenas, por entretener el tiempo, estando solos, porque todos los demás

                  cristianos habían salido a trabajar, alcé acaso los ojos y vi que por aquellas cerradas ventanillas que
                  he dicho parecía una caña, y al remate della puesto un lienzo atado, y la caña se estaba blandeando y

                  moviéndose, casi como si hiciera señas que llegásemos a tomarla. Miramos en ello, y uno de los que

                  conmigo estaban fue a ponerse debajo de la caña, por ver si la soltaban, o lo que hacían; pero así

                  como llegó, alzaron la caña y la movieron a los dos lados, como si dijeran no con la cabeza. Volvióse

                  el cristiano, y tornáronla a bajar y hacer los mesmos movimientos que primero. Fue otro de mis

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