Page 335 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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compañeros, y sucedióle lo mesmo que al primero. Finalmente, fue el tercero, y avínole lo que al
primero y al segundo. Viendo yo esto, no quise dejar de probar la suerte, y así como llegué a
ponerme debajo de la caña, la dejaron caer, y dio a mis pies dentro del baño. Acudí luego a desatar
el lienzo, en el cual vi un nudo, y dentro dél venían diez cianís, que son unas monedas de oro bajo
que usan los moros, que cada una vale diez reales de los nuestros. Si me holgué con el hallazgo no
hay para qué decirlo, pues fue tanto el contento como la admiración de pensar de dónde podía
venimos aquel bien, especialmente a mi, pues las muestras de no haber querido soltar la caña sino a
mí claro decían que a mi se hacia la merced. Tomé mi buen dinero, quebré la caña, volvíme al
terradillo, miré la ventana, y vi que por ella salía una muy blanca mano; que la abrían y cerraban
muy apriesa. Con esto entendimos o imaginamos que alguna mujer que en aquella casa vivía nos
debía de haber hecho aquel beneficio; y en señal de que lo agradecíamos hecimos zalemas a uso de
moros, inclinando la cabeza, doblando el cuerpo y poniendo los brazos sobre el pecho. De allí a poco
sacaron por la mesma ventana una pequeña cruz hecha de cañas, y luego la volvieron a entrar. Esta
señal nos confirmé en que alguna cristiana debía de estar cautiva en aquella casa, y era la que el bien
nos hacía; pero la blancura de la mano, y las ajorcas que en ella vimos, nos deshizo este
pensamiento, puesto que imaginamos que debía de ser cristiana renegada, a quien de ordinario
suelen tomar por legítimas mujeres sus mesmos amos, y aun lo tienen a ventura, porque las estiman
en más que las de su nación. En todos nuestros discursos dimos muy lejos de la verdad del caso, y
así, todo nuestro entretenimiento desde allí adelante era mirar y tener por norte a la ventana donde
nos había aparecido la estrella de la caña; pero bien se pasaron quince días en que no la vimos, ni la
mano tampoco, ni otra señal alguna. Y aunque en este tiempo procuramos con toda solicitud saber
quién en aquella casa vivía, y si había en ella alguna cristiana renegada, jamás hubo quien nos dijese
otra cosa sino que allí vivía un moro principal y rico, llamado Agi Morato, alcaide que había sido de
la Pata, que es oficio entre ellos de mucha calidad; mas cuando más descuidados estábamos de que
por allí habían de llover más cianís, vimos a deshora parecer la caña, y otro lienzo en ella, con otro
nudo más crecido; y esto fue a tiempo que estaba el baño, como la vez pasada, solo y sin gente.
Hecimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los mismos tres que
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