Page 28 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Roncesvalles, que estos, en llegando a mis manos, han de estar en las del alma, y de ellas en las del

                  fuego, sin remisión alguna.

                  Todo lo confirmó el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el

                  cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no diría otra cosa por todas las del mundo. Y

                  abriendo otro libro, vió que era Palmerín de Oliva, y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerín
                  de Inglaterra, lo cual, visto por el licenciado, dijo: esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun

                  no queden de ella las cenizas, y esa palma de Inglaterra se guarde y se conserve como cosa única, y

                  se haga para ella otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Darío, que la diputó para

                  guardar en ellas las obras del poeta Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos

                  cosas: la una porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un discreto
                  rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio,

                  las razones cortesanas y claras que guardan y miran el decoro del que habla, con mucha propiedad y

                  entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que este y Amadís de

                  Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan. No, señor

                  compadre, replicó el Barbero, que este que aquí tengo es el afamado Don Belianís. Pues ese, replicó

                  el cura, con la segunda y tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para

                  purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la fama, y otras
                  impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultramarino, y como se

                  enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en tanto tenedlos vos, compadre,

                  en vuestra casa; mas no lo dejéis leer a ninguno. Que me place, respondió el barbero, y sin querer

                  cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomase todos los grandes, y diese con

                  ellos en el corral. No lo dijo a tonta ni a sorda, sin o a quien tenía más gana de quemarlos que de

                  echar una tela por grande y delgada que fuera; y asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por la
                  ventana. Por tomar muchos juntos se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de

                  quién era, y vió que decía: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. Válame Dios dijo el cura,

                  dando una gran voz; ¡que aquí esté Tirante Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he

                  hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Kirieleison de



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