Page 322 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas,

                  no le queda al soldado más espacio del que concede dos pies de tabla del espolón; y, con todo esto,

                  viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de

                  artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al

                  primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno, y, con todo esto, con
                  intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y

                  procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar, que apenas uno

                  ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si

                  éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede sin dar tiempo al

                  tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de
                  la guerra.


                  ¡Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos

                  endemoniados instrumentos de la artillería¡ a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le

                  está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo
                  quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío

                  que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá

                  huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita




                  máquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos

                  siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este

                  ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque

                  aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño
                  me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi

                  espada, por todo lo descubierto de la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido; que tanto seré

                  más estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron

                  los caballeros andantes de los pasados siglos.




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