Page 325 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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dificultoso entrar a servirle en su casa; que ya que la guerra no dé muchas riquezas, suele dar mucho
valor y mucha fama. Dentro de ocho días os daré toda vuestra parte en dineros, sin defraudaros en
un ardite, como lo veréis por la obra. Decidme ahora si queréis seguir mi parecer y consejo en lo que
os he propuesto».
Y mandándome a mi, por ser el mayor, que respondiese, después de haberle dicho que no se
deshiciese de la hacienda, sino que gastase todo lo que fuese su voluntad, que nosotros éramos
mozos para saber ganarla, vine a concluir en que cumpliría su gusto, y que el mío era seguir el
ejercicio de las armas, sirviendo en él a Dios y a mi rey. El segundo hermano hizo los mesmos
ofrecimientos, y escogió el irse a las Indias, llevando empleada la hacienda que le cupiese. El menor,
y, a lo que yo creo, el más discreto, dijo que quería seguir la Iglesia, o irse a acabar sus comenzados
estudios a Salamanca.
Así como acabamos de concordarnos y escoger nuestros ejercicios, mi padre nos abrazó a todos, y
con la brevedad que dijo puso por obra cuanto nos había prometido; y dando a cada uno su parte,
que, a lo que se me acuerda, fueron cada tres mil ducados en dineros (porque un nuestro tío compró
toda la hacienda y la pagó de contado, porque no saliese del tronco de la casa), en un mesmo día nos
despedimos todos tres de nuestro buen padre, y en aquel mesmo, pareciéndome a mí ser
inhumanidad que mi padre quedase viejo y con tan poca hacienda, hice con él que de mis tres mil
tomase los dos mil ducados, porque a mí me bastaba el resto para acomodarme de lo que había
menester un soldado. Mis dos hermanos, movidos de mi ejemplo, cada uno le dio mil ducados; de
modo que a mi padre le quedaron cuatro mil en dineros, y más tres mil, que, a lo que parece, valía la
hacienda que le cupo, que no quiso vender, sino quedarse con ella en raíces. Digo, en fin, que nos
despedimos dél, y de aquel nuestro tío que he dicho, no sin mucho sentimiento y lágrimas de todos,
encargándonos que les hiciésemos saber, todas las veces que hubiese comodidad para ello, de
nuestros sucesos, prósperos o adversos. Prometímosselo y abrazándonos y echándonos su
bendición, el uno tomó el viaje de Salamanca, el otro de Sevilla, y yo el de Alicante, adonde tuve
nuevas que había una nave ginovesa que cargaba allí lana para Génova.
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