Page 315 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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un tahelí que le atravesaba el pecho. Entró luego tras él, encima de un jumento, una mujer a la

                  morisca vestida, cubierto el rostro, con una toca en la cabeza; traía un bonetillo de brocado, y

                  vestida una almalafa, que desde los hombros a los pies la cubría.

                  Era el hombre de robusto y agraciado talle, de edad de poco más de cuarenta años, algo moreno de

                  rostro, largo de bigotes y la barba muy bien puesta; en resolución, él mostraba en su apostura que si

                  estuviera bien vestido, le juzgaran por persona de calidad y bien nacida. Pidió, en entrando, un

                  aposento, y como le dijeron que en la venta no le había, mostró recebir pesadumbre; y llegándose a

                  la que en el traje parecía mora, la apeó en sus brazos. Luscinda, Dorotea, la ventera, su hija y
                  Maritornes, llevados del nuevo y para ellos nunca visto traje, rodearon a la mora, y Dorotea, que

                  siempre fue agraciada, comedida y discreta, pareciéndole que así ella como el que la traía se

                  congojaban por la falta del aposento, le dijo:


                  -No os dé mucha pena, señora mía, la incomodidad de regalo que aquí falta, pues es proprio de
                  ventas no hallarse en ellas; pero, con todo esto, si gustáredes de posar con nosotras -señalando a

                  Luscinda-, quizá en el discurso deste camino habréis hallado otros no tan buenos acogimientos.


                  No respondió nada a esto la embozada, no hizo otra cosa que levantarse de donde sentado se había,

                  y puestas entrambas manos cruzadas sobre el pecho, inclinada la cabeza, dobló el cuerno en señal de
                  que lo agradecía. Por su silencio imaginaron que, sin duda alguna, debía de ser mora y que no sabia

                  hablar cristiano. Llegó, en esto, el cautivo, que entendiendo en otra cosa hasta entonces había

                  estado, y viendo que todas tenían cercada a la que con él venia, y que ella a cuanto le decían callaba,

                  dijo:

                  -Señoras mías, esta doncella apenas entiende mi lengua, ni sabe hablar otra ninguna sino conforme

                  a su tierra, y por esto no debe de haber respondido, ni responde, a lo que se le ha preguntado.


                  -No se le pregunta otra cosa ninguna -respondió Luscinda- sino ofrecelle por esta noche nuestra
                  compañía y parte del lugar donde nos acomodáremos, donde se le hará el regalo que la comodidad

                  ofreciere, con la voluntad que obliga a servir a todos los extranjeros que dello tuvieren necesidad,

                  especialmente siendo mujer a quien se sirve.



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