Page 311 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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cabeza en el suelo, y fue tanta la sangre que le salió, que los arroyos corrían por la tierra, como si

                  fueran de agua.

                  -Como si fueran de vino tinto, pudiera vuestra merced decir mejor -respondió Sancho-; porque

                  quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado; y

                  la sangre, seis arrobas de vino tinto que encerraba en su vientre; y la cabeza cortada es... la puta que

                  me parió, y llévelo todo Satanás.

                  -Y ¿qué es lo que dices, loco? -replicó don Quijote-. ¿Estás en tu seso?


                  -Levántese vuestra merced -dijo Sancho-, y verá el buen recado que ha hecho, y lo que tenemos que

                  pagar, y verá a la reina convertida en una dama particular, llamada Dorotea, con otros sucesos, que,

                  si cae en ellos, le han de admirar.



                  -No me maravillaría de nada deso –replicó don Quijote-; porque si bien te acuerdas, la otra vez que

                  aquí estuvimos te dije yo que todo cuanto aquí sucedía eran cosas de encantamento, y no seria

                  mucho que ahora fuese lo mesmo.


                  -Todo lo creyera yo -respondió Sancho-, si también mi manteamiento fuera cosa dese jaez; mas no
                  lo fue, sino real y verdaderamente; y vi yo que el ventero que aquí está hoy día tenía del un cabo de

                  la manta, y me empujaba hacia el cielo con mucho donaire y brío, y con tanta risa como fuerza; y

                  donde interviene conocerse las personas, tengo para mi, aunque simple y pecador, que no hay

                  encantamento alguno, sino mucho molimiento y mucha mala ventura.

                  -Ahora bien, Dios lo remediará -dijo don Quijote-. Dame de vestir, y déjame salir allá fuera; que

                  quiero ver los sucesos y transformaciones que dices.


                  Diole de vestir Sancho, y en el entretanto que se vestía contó el cura a don Fernando y a los demás

                  las locuras de don Quijote, y del artificio que había usado para sacarle de la Peña Pobre, donde él se
                  imaginaba estar, por desdenes de su señora. Contóles asimismo casi todas las aventuras que Sancho

                  había contado, de que no poco se admiraron y rieron, por parecerles lo que a todos parecía; ser el

                  más extraño género de locura que podía caber en pensamiento disparatado. Dijo más el cura: que

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