Page 310 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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de aquello que hubieron menester para traella; todo lo cual habían podido hacer bien a su salvo, por

                  estar el monesterio en el campo, buen trecho fuera del pueblo. Dijo que así como Luscinda se vio en

                  su poder, perdió todos los sentidos; y que después de vuelta en si, no había hecho otra cosa sino

                  llorar y suspirar, sin hablar palabra alguna; y que así, acompañados de silencio y de lágrimas,

                  habían llegado a aquella venta, que para él era haber llegado al cielo, donde se rematan y tienen fin
                  todas las desventuras de la tierra.




                  Capítulo 37: Donde se prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas

                  aventuras


                  Todo esto escuchaba Sancho, no con poco dolor de su ánima, viendo que se le desparecían e iban en
                  humo las esperanzas de su ditado, y que la linda princesa Micomicona se le había vuelto en Dorotea,

                  y el gigante en don Fernando, y su amo se estaba durmiendo a sueño suelto, bien descuidado de

                  todo lo sucedido. No se podía asegurar Dorotea si era soñado el bien que poseía; Cardenio estaba en

                  el mismo pensamiento, y el de Luscinda corría por la misma cuenta. Don Femado daba gracias al

                  cielo por la merced recebida y haberle sacado de aquel intricado laberinto donde se hallaba tan a

                  pique de perder el crédito y el alma; y, finalmente, cuantos en la venta estaban, estaban contentos y
                  gozosos del buen suceso que habían tenido tan trabados y desesperados negocios.


                  Todo lo ponía en su punto el cura, como discreto, y a cada uno daba el parabién del bien alcanzado;

                  pero quien más jubilaba y se contentaba era la ventera, por la promesa que Cardenio y el cura le

                  habían hecho de pagalle todos los daños e intereses que por cuenta de don Quijote le hubiesen
                  venido. Sólo Sancho, como ya se ha dicho, era el afligido, el desventurado y el triste; y así, con

                  malencónico semblante, entró a su amo, el cual acababa de despertar, a quien dijo:


                  -Bien puede vuestra merced, señor Triste Figura, dormir todo lo que quisiere, sin cuidado de matar
                  a ningún gigante, ni de volver a la princesa su reino; que ya todo está hecho y concluido.


                  -Eso creo yo bien -respondió don Quijote-, porque he tenido con el gigante la más descomunal y

                  desaforada batalla que pienso tener en todos los días de mi vida, y de un revés, ¡zas!, le derribé la


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