Page 314 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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vida? ¡Voto... -y miró al cielo y apretó los dientes-, que estoy por hacer un estrago en ti, que ponga

                  sal en la mollera a todos cuantos mentirosos escuderos hubiere de caballeros andantes, de aquí

                  adelante, en el mundo!

                  -Vuestra merced se sosiegue, señor mío -respondió Sancho-, que bien podría ser que yo me hubiese

                  engañado en lo que toca a la mutación de la señora princesa Micomicona; pero en lo que toca a la

                  cabeza del gigante, o, a lo menos, a la horadación de los cueros y a lo de ser vino tinto la sangre, no

                  me engaño, vive Dios, porque los cueros allí están heridos, a la cabecera del lecho de vuestra

                  merced, y el vino tinto tiene hecho un lago el aposento; y si no, al freír de los huevos lo verá; quiero
                  decir que lo verá cuando aquí su merced del señor ventero le pida el menoscabo de todo. De lo

                  demás, de que la señora reina se esté como se estaba, me regocijo en el alma. porque me va mi

                  parte, como a cada hijo de vecino.


                  -Ahora yo te digo, Sancho -dijo don Quijote-, que eres un mentecato, y perdóname, y basta.




                  -Basta -dijo don Fernando-, y no se hable más en esto; y pues la señora princesa dice que se camine
                  mañana, porque ya hoy es tarde, hágase así, y esta noche la podremos pasar en buena conversación

                  hasta el venidero día, donde todos acompañaremos al señor don Quijote, porque queremos ser

                  testigos de las valerosas e inauditas hazañas que ha de hacer en el discurso desta grande empresa

                  que a su cargo lleva.

                  -Yo soy el que tengo de serviros y acompañaros -respondió don Quijote-, y agradezco mucho la

                  merced que se me hace y la buena opinión que de mi se tiene, la cual procuraré que salga verdadera,

                  o me costará la vida, y aún más, si más costarme puede.


                  Muchas palabras de comedimiento y muchos ofrecimientos pasaron entre don Quijote y don
                  Fernando; pero a todo puso silencio un pasajero que en aquella sazón entró en la venta, el cual en su

                  traje mostraba ser cristiano recién venido de tierra de moros, porque venia vestido con una casaca

                  de paño azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; los calzones eran asimismo de lienzo

                  azul, con bonete de la misma color; traía unos borceguíes datilados y un alfanje morisco, puesto en


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