Page 309 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Y diciendo esto, la tomó a abrazar, y a juntar su rostro con el suyo, con tan tierno sentimiento, que le

                  fue necesario tener gran cuenta con que las lágrimas no acabasen de dar indubitables señas de su

                  amor y arrepentimiento. No lo hicieron así las de Luscinda y Cardenio, y aun las de casi todos los

                  que allí presentes estaban; porque comenzaron a derramar tantas, los unos de contento proprio, y

                  los otros del ajeno, que no parecía sino que algún grave y mal caso a todos había sucedido. Hasta
                  Sancho Panza lloraba, aunque después dijo que no lloraba él sino por ver que Dorotea no era, como

                  él pensaba, la reina Micomicona, de quién él tantas mercedes esperaba. Duró algún espacio, junto

                  con el llanto, la admiración en todos, y luego Cardenio y Luscinda se fueron a poner de rodillas ante

                  don Fernando, dándole gracias de la merced que les había hecho, con tan corteses razones, que don

                  Fernando no sabía qué responderles; y así, los levantó y abrazó con muestras de mucho amor y de
                  mucha cortesía.


                  Preguntó luego a Dorotea le dijese cómo había venido a aquel lugar, tan lejos del suyo. Ella, con

                  breves y discretas razones, contó todo lo que antes había contado a Cardenio; de lo cual gustó tanto

                  don Femando y los que con él venían, que quisieron que durara el cuento más tiempo: tanta era la
                  gracia con que Dorotea contaba sus desventuras. Y así como hubo acabado, dijo don Femando lo

                  que en la ciudad le había acontecido después que halló el papel, en el seno de Luscinda, donde

                  declaraba ser esposa de Cardenio y no poderlo ser suya. Dijo que la quiso matar, y lo hiciera si de

                  sus padres no fuera impedido; y que, así, se salió de su casa despechado y corrido, con

                  determinación de vengarse con más comodidad; y que otro día supo cómo Luscinda había faltado de

                  casa de sus padres, sin que nadie supiese decir dónde se había ido, y que, en resolución, al cabo de

                  algunos meses vino a saber cómo estaba en un monesterio, con voluntad de quedarse en él toda la
                  vida, si no la pudiese pasar con Cardenio; y así como lo supo, escogiendo para su compañía aquellos

                  tres caballeros, vino al lugar donde estaba, a la cual no había querido hablar, temeroso que en

                  sabiendo que él estaba allí, había de haber más guarda en el monesterio; y así, aguardando un día a

                  que la portería estuviese abierta, dejó a los dos a la guarda de la puerta, y él con otro habían entrado

                  en el monesterio buscando a Luscinda, la cual hallaron en el claustro hablando con una monja; y,

                  arrebatándola, sin darle lugar a otra cosa, se habían venido con ella a un lugar donde se acomodaron


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