Page 308 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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ninguno pensaba; y que advirtiese -dijo el cura- que sola la muerte podía apartar a Luscinda de

                  Cardenio; y aunque los dividiesen filos de alguna espada, ellos tendrían por felicísima su muerte; y

                  que en los lazos inremediables era suma cordura, forzándose y venciéndose a sí mismo, mostrar un

                  generoso pecho, permitiendo que por sola su voluntad los dos gozasen el bien que el cielo ya les

                  había concedido; que pusiese los ojos ansimesmo en la beldad de Dorotea, y vería que pocas o
                  ninguna se le podían igualar, cuanto más hacerle ventaja, y que juntase a su hermosura su humildad

                  y el extremo del amor que le tenía, y, sobre todo, advirtiese que si se preciaba de caballero y de

                  cristiano, que no podía hacer otra cosa que cumplille la palabra dada; y que, cumpliéndosela,

                  cumpliría con Dios y satisfaría a las gentes discretas, las cuales saben y conocen que es prerrogativa

                  de la hermosura, aunque esté en sujeto humilde, como se acompañe con la honestidad, poder
                  levantarse e igualarse a cualquiera alteza, sin nota de menoscabo del que la levanta e iguala a sí

                  mismo; y cuando se cumplen las fuertes leyes del gusto, como en ello no intervenga pecado, no debe

                  de ser culpado el que las sigue.


                  En efeto, a estas razones añadieron todos otras, tales y tantas, que el valeroso pecho de don
                  Fernando (en fin, como alimentado con ilustre sangre) se ablandó y se dejó vencer de la verdad, que

                  él no pudiera negar aunque quisiera; y la señal que dio de haberse rendido y entregado al buen

                  parecer que se le había propuesto fue abajarse y abrazar a Dorotea, diciéndole:


                  -Levantaos, señora mía; no es justo que esté arrodillada a mis pies la que yo tengo en mi alma; y si
                  hasta aquí no he dado muestras de lo que digo, quizá ha sido por orden del cielo, para que viendo yo

                  en vos la fe con que me amáis, os sepa estimar




                  en lo que merecéis. Lo que os mego es que no me reprehendáis mi mal término y mi mucho

                  descuido; pues la misma ocasión y fuerza que me movió para acetaros por mía, esa misma me

                  impelió para procurar no ser vuestro. Y que esto sea verdad, volved y mirad los ojos de la ya

                  contenta Luscinda, y en ellos hallaréis disculpa de todos mis yerros; y pues ella halló y alcanzó lo

                  que deseaba, y yo he hallado en vos lo que me cumple, viva ella segura y contenta luengos y felices
                  años con su Cardenio; que yo rogaré al cielo que me los deje vivir con mi Dorotea.

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