Page 307 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-Vos sí, señor mío, sois el verdadero dueño desta vuestra captiva, aunque mas lo impida la contraria
suerte, y aunque más amenazas le hagan a esta vida que en la vuestra se sustenta.
Extraño espectáculo fue éste para don Femando y para todos los circunstantes, admirándose de tan
no visto suceso. Parecióle a Dorotea que don Fernando había perdido la color del rostro, y que hacia
ademán de querer vengarse de Cardenio, porque le vio encaminar la mano a ponella en la espada; y
así como lo pensó, con no vista presteza se abrazó con él por las rodillas, besándoselas y teniéndole
apretado, que no le dejaba mover, y, sin cesar un punto de sus lágrimas, le decía:
-¿Qué es lo que piensas hacer, único refugio mío, en este tan impensado trance? Tú tienes a tus pies
a tu esposa, y la que quieres que lo sea está en los brazos de su marido. Mira si te estará bien, o te
será posible deshacer lo que el cielo ha hecho, o si te convendrá querer levantar a igualar a ti mismo
a la que, pospuesto todo inconveniente, confirmada en su verdad y firmeza, delante de tus ojos tiene
los suyos, bañados de licor amoroso el rostro y pecho de su verdadero esposo. Por quien Dios es te
ruego, y por quien tú eres te suplico, que este tan notorio desengaño no sólo no acreciente tu ira,
sino que la mengüe en tal manera, que con quietud y sosiego permitas que estos dos amantes le
tengan sin impedimento tuyo todo el tiempo que el cielo quisiere concedérsele, y en esto mostrarás
la generosidad de tu ilustre y noble pecho, y verá el mundo que tiene contigo más fuerza la razón
que el apetito.
En tanto que esto decía Dorotea, aunque Cardenio tenía abrazada a Luscinda, no quitaba los ojos de
don Fernando, con determinación de que, si le viese hacer algún movimiento en su perjuicio,
procurar defenderse y ofender como mejor pudiese a todos aquellos que en su daño se mostrasen,
aunque le costase la vida; pero a esta razón acudieron los amigos de don Fernando, y el cura y el
barbero, que a todo habían estado presentes, sin que faltase el bueno de Sancho Panza, y todos
rodeaban a don Fernando, suplicándole tuviese por bien de mirar las lágrimas de Dorotea, y que,
siendo verdad, como sin duda ellos creían que lo era, lo que en sus razones había dicho, que no
permitiese quedase defraudada de sus tan justas esperanzas; que considerase que, no acaso, como
parecía, sino con particular providencia del cielo, se habían todos juntado en lugar donde menos
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