Page 305 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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que tú quieras, y la desdichada Dorotea. Yo soy aquella labradora humilde a quien tú, por tu bondad

                  o por tu gusto, quisiste levantar a la alteza de poder llamarse tuya; soy la que, encerrada en los

                  límites de la honestidad, vivió vida contenta hasta que, a las voces de tus importunidades, y, al

                  parecer, justos y amorosos sentimientos, abrió las puertas de su recato y te entregó las llaves de su

                  libertad, dádiva de ti tan mal agradecida, cual lo muestra bien claro haber sido forzoso hallarme en
                  el lugar donde me hallas, y verte yo a ti de la manera que te veo. Pero, con todo esto, no querría que

                  cayese en tu imaginación pensar que he venido aquí con pasos de mi deshonra, habiéndome traído

                  sólo los del dolor y sentimiento de yerme de ti olvidada. Tú quisiste que yo fuese tuya, y quisístelo de

                  manera que, aunque ahora quieras que no lo sea, no será posible que tú dejes de ser mío. Mira,

                  señor mío, que puede ser recompensa a la hermosura y nobleza por quien me dejas la incomparable
                  voluntad que te tengo. Tú no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mío, ni ella puede ser

                  tuya, porque es de Cardenio; y más fácil te será, si en ello miras, reducir tu voluntad a querer a

                  quien te adora, que no encaminar la que te aborrece a que bien te quiera. Tú solicitaste mi descuido;

                  tú rogaste a mi entereza; tú no ignoraste mi calidad; tú




                  sabes bien de la manera que me entregué a toda tu voluntad: no te queda lugar ni acogida de

                  llamarte a engaño. Y si esto es así, como lo es, y tú eres tan cristiano como caballero, ¿por qué por

                  tantos rodeos dilatas de hacerme venturosa en los fines, como me hiciste en los principios? Y si no
                  me quieres por la que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme, a lo menos, y

                  admíteme por tu esclava; que como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien afortunada.

                  No permitas, con dejarme y desampararme, que se hagan y junten corrillos en mi deshonra; no des

                  tan mala vejez a mis padres, pues no lo merecen los leales servicios que, como buenos vasallos, a los

                  tuyos siempre han hecho. Y si te parece que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mía,

                  considera que pocas o ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este camino, y que

                  la que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en las ilustres descendencias, cuanto más,
                  que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si ésta a ti te falta negándome lo que tan justamente

                  me debes, yo quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes. En fin, señor, lo que


                                             Portal Educativo EducaCYL
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