Page 26 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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como el ama los vió, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de

                  agua bendita y un hisopo, y dijo: tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté

                  aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten en pena de la que les

                  queremos dar echándolos del mundo. Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al

                  barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser
                  hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego. No, dijo la sobrina, no hay para qué perdonar a

                  ninguno, porque todos han sido los dañadores, mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y

                  hacer un rimero de ellos, y pegarles fuego, y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no

                  ofenderá el humo. Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos

                  inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos. Y el primero que maese
                  Nicolás le dió en las manos, fue los cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el cura: parece cosa de

                  misterio esta, porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió

                  en España, y todos los demás han tomado principio y origen de este; y así me parece que como a

                  dogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin excusa alguna condenar al fuego. No, señor,

                  dijo el barbero, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se

                  han compuesto, y así, como a único en su arte, se debe perdonar. Así es verdad, dijo el cura, y por

                  esa razón se le otorga la vida por ahora. Veamos ese otro que está junto a él. Es, dijo el barbero, Las
                  sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de Gaula. Pues es verdad, dijo el cura, que no le ha de

                  valer al hijo la bondad del padre; tomad, señora am, abrid esa ventana y echadle al corral, y dé

                  principio al montón de la hoguera que se ha de hacer. Hízolo así el ama con mucho contento, y el

                  bueno de Esplandián fue volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba.

                  Adelante, dijo el cura. Este que viene, dijo el barbero, es Amadís de Grecia, y aun todos los de este

                  lado, a lo que creo, son del mismo linaje de Amadís. Pues vayan todos al corral, dijo el cura, que a
                  trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus églogas, y a las endiabladas y

                  revueltas razones de su autor, quemara con ellos al padre que me engendró, si anduviera en figura

                  de caballero andante. De ese parecer soy yo, dijo el barbero. Y aun yo, añadió la sobrina. Pues así es,

                  dijo el ama, vengan, y al corral con ellos. Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera, y



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