Page 295 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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nadie; y ahora no parece por aquí esta cabeza, que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre

                  corría del cuerno como de una fuente.

                  -¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? -dijo el ventero-. ¿No ves,

                  ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados y el vino

                  tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma, en los infiernos, de quien los horadó?


                  -No sé nada -respondió Sancho-: sólo sé que vendré a ser tan desdichado, que, por no hallar esta
                  cabeza, se me ha de deshacer mi condado como la sal en el agua.


                  Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían las promesas que su amo le

                  había hecho. El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maleficio del señor, y juraba

                  que no había de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar, y que ahora no le habían de valer
                  los previlegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar

                  las botanas que se habían de echar a los rotos cueros.


                  Tenía el cura de las manos a don Quijote, el cual, creyendo que ya había acabado la aventura, y que

                  se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante del cura, diciendo:

                  -Bien puede la vuestra grandeza, alta y famosa señora, vivir, de hoy más, segura que le pueda hacer

                  mal esta mal nacida criatura; y yo también, de hoy más, soy quito de la palabra que os di, pues, con

                  el ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido.

                  -¿No lo dije yo? -dijo oyendo esto Sancho-. Si que no estaba yo borracho, ¡mirad si tiene puesto ya

                  en sal mi amo al gigante! ¡Ciertos son los toros, mi condado está de molde!

                  ¿Quién no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían sino el ventero, que

                  se daba a Satanás; pero, en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio y el cura, que, con no poco

                  trabajo, dieron con don Quijote en la cama, el cual se quedó dormido, con muestras de grandísimo

                  cansancio. Dejáronle dormir, y saliéronse al portal de la venta a consolar a Sancho Panza de no

                  haber hallado la cabeza del gigante; aunque más tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que

                  estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros. Y la ventera decía en voz y en grito:



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