Page 294 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-Que me maten -dijo a esta sazón el ventero- si don Quijote o don diablo no ha dado alguna

                  cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a su cabecera estaban llenos, y el vino

                  derramado debe de ser lo que le parece sangre a este buen hombre.

                  Y con esto entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don Quijote en el más extraño traje del

                  mundo. Estaba en camisa, la cual no era tan cumplida, que por delante le acabase de cubrir los

                  muslos, y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no

                  nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado grasiento, que era del ventero; en el brazo

                  izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el
                  porqué, y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes,

                  diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante. Y es lo bueno que

                  no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante;

                  que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había

                  llegado al reino de Micomicón, y que ya estaba en la pelea con su enemigo; y




                  había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el

                  aposento estaba lleno de vino. Lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo, que arremetió con don
                  Quijote, y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes, que si Cardenio y el cura no se le quitaran,

                  él acabara la guerra del gigante; y, con todo aquello, no despertaba el pobre caballero, hasta que el

                  barbero trujo un gran caldero de agua fría del pozo, y se le echó por todo el cuerpo de golpe, con lo

                  cual despertó don Quijote; mas no con tanto acuerdo, que echase de ver de la manera que estaba.

                  Dorotea, que vio cuán corta y sotilmente estaba vestido, no quiso entrar a ver la batalla de su

                  ayudador y de su contrario.

                  Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y como no la hallaba, dijo:

                  -Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento; que la otra vez en este mesmo lugar donde ahora

                  me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a






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