Page 290 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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testigo del sacrificio que pienso hacer a la ofendida honra de mi tan honrado marido, agraviado de ti

                  con el mayor cuidado que te ha sido posible, y de mí también con el poco recato que he tenido del

                  huir la ocasión, si alguna te di, para favorecer y canonizar tus malas intenciones. Torno a decir que

                  la sospecha que tengo que algún descuido mío engendró en ti tan desvariados pensamientos es la

                  que más me fatiga, y la que yo más deseo castigar con mis propias manos, porque, castigándome
                  otro verdugo, quizá sería más pública mi culpa; pero antes que esto haga, quiero matar muriendo, y

                  llevar conmigo quien me acabe de satisfacer el deseo de la venganza que espero y tengo, viendo allá,

                  dondequiera que fuere, la pena que da la justicia desinteresada y que no se dobla al que en términos

                  tan desesperados me ha puesto.

                  Y diciendo estas razones, con una increíble fuerza y ligereza arremetió a Lotario con la daga

                  desenvainada, con tales muestras de querer enclavársela en el pecho, que casi él estuvo en duda si

                  aquellas demostraciones eran falsas o verdaderas, porque le fue forzoso valerse de su industria y de

                  su fuerza para estorbar que Camila no le diese. La cual tan vivamente fingía aquel extraño embuste y

                  fealdad, que, por dalle color de verdad, la quiso matizar con su misma sangre; porque, viendo que
                  no podía haber a Lotario, o fingiendo que no podía, dijo:


                  -Pues la suerte no quiere satisfacer del todo mi tan justo deseo, a lo menos, no será tan poderosa,

                  que, en parte, me quite que no le satisfaga.




                  Y haciendo fuerza para soltar la mano de la daga, que Lotario la tenía asida, la sacó, y guiando su

                  punta por parte que pudiese herir no profundamente, se la entró y escondió por más arriba de la
                  islilla del lado izquierdo, junto al hombro, y luego se dejó caer en el suelo, como desmayada.


                  Estaban Leonela y Lotario suspensos y atónitos de tal suceso, y todavía dudaban de la verdad de

                  aquel hecho, viendo a Camila tendida en tierra y bañada en su sangre. Acudió Lotario con mucha
                  presteza, despavorido y sin aliento, a sacar la daga, y en ver la pequeña herida, salió del temor que

                  hasta entonces tenía, y de nuevo se admiró de la sagacidad, prudencia y mucha discreción de la

                  hermosa Camila; y, por acudir con lo que a él le tocaba, comenzó a hacer una larga y triste



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