Page 299 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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No sabia que pensar, qué decir, ni qué hacer, y poco a poco se le iba volviendo el juicio.

                  Contemplábase y mirábase en un instante sin mujer, sin amigo y sin criados, desamparado, a su

                  parecer, del cielo que le cubría, y sobre todo sin honra, porque en la falta de Camila vio su perdición.




                  Resolvióse, en fin, a cabo de una gran pieza, de irse a la aldea de su amigo, donde había estado

                  cuando dio lugar a que se maquinase toda aquella desventura. Cerró las puedas de su casa, subió a
                  caballo, y con desmayado aliento se puso en camino; y apenas hubo andado la mitad, cuando,

                  acosado de sus pensamientos, le fue forzoso apearse y arrendar su caballo a un árbol, a cuyo tronco

                  se dejó caer, dando tiernos y dolorosos suspiros, y allí se estuvo hasta casi que anochecía; y a aquella

                  hora vio que venía un hombre a caballo de la ciudad, y, después de haberle saludado, le preguntó

                  qué nuevas había en Florencia. El ciudadano respondió:

                  -Las más extrañas que muchos días ha se han oído en ella; porque se dice públicamente que Lotario,

                  aquel grande amigo de Anselmo el rico, que vivía a San Juan, se llevó esta noche a Camila, mujer de

                  Anselmo, el cual tampoco parece. Todo esto ha dicho una criada de Camila, que anoche la halló el

                  gobernador descolgándose con una sábana por las ventanas de la casa de Anselmo. En efeto, no sé

                  puntualmente cómo pasó el negocio; sólo sé que toda la ciudad está admirada deste suceso, porque
                  no se podía esperar tal hecho de la mucha y familiar amistad de los dos, que dicen que era tanta, que

                  los llamaban los dos amigos.


                  -¿Sábese, por ventura -dijo Anselmo-, el camino que llevan Lotario y Camila?

                  -Ni por pienso -dijo el ciudadano-, puesto que el gobernador ha usado de mucha diligencia en

                  buscarlos.


                  -A Dios vais, señor -dijo Anselmo.

                  -Con él quedéis -respondió el ciudadano, y fuese.

                  Con tan desdichadas nuevas casi llegó a términos Anselmo, no sólo de perder el juicio, sino de

                  acabar la vida. Levantóse como pudo, y llegó a casa de su amigo, que aún no sabia su desgracia; mas

                  como le vio llegar amarillo, consumido y seco, entendió que de algún grave mal venia fatigado. Pidió

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