Page 300 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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luego Anselmo que le acostasen, y que le diesen aderezo de escribir. Hízose así, y dejáronle acostado
y solo, porque él así lo quiso, y aun que le cerrasen la pueda. Viéndose, pues, solo, comenzó a cargar
tanto la imaginación de su desventura, que claramente conoció que se le iba acabando la vida; y así,
ordenó de dejar noticia de la causa de su extraña muerte; y comenzando a escribir, antes que
acabase de poner todo lo que queda, le faltó el aliento y dejó la vida en las manos del dolor que le
causó su curiosidad impertinente.
Viendo el señor de la casa que era ya tarde y que Anselmo no llamaba, acordó de entrar a saber si
pasaba adelante su indisposición, y hallóle tendido boca abajo, la mitad del cuerno en la cama y la
otra mitad sobre el bufete, sobre el cual estaba, con el papel escrito y abierto, y él tenía aún la pluma
en la mano. Llegóse el huésped a él, habiéndole llamado primero; y, trabándole por la mano, viendo
que no le respondía, y hallándole frío, vio que estaba muerto. Admiróse y congojóse en gran manera,
y llamó a la gente de casa para que viesen la desgracia a Anselmo sucedida, y, finalmente, leyó el
papel, que conoció que de su mesma mano estaba escrito, el cual contenía estas razones:
Un necio e impertinente deseo me quitó la vida. Si las nuevas de mi muerte llegaren a los oídos de
Camila, sepa que yo la perdono, porque no estaba ella obligada a hacer milagros, ni yo tenía
necesidad de querer que ella los hiciese; y pues yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para
qué...
Hasta aquí escribió Anselmo, por donde se echó de ver que en aquel punto, sin poder acabar la
razón, se le acabó la vida. Otro día dio aviso su amigo a los parientes de Anselmo de su muerte, los
cuales ya sabían su desgracia, y el monesterio donde Camila estaba, casi en el término de
acompañar a su esposo en aquel forzoso viaje, no por las nuevas del muerto esposo, mas por las que
supo del ausente amigo. Dícese que, aunque se vio viuda, no quiso salir del monesterio, ni, menos,
hacer profesión de monja, hasta que, no de allí a muchos días, le vinieron nuevas que Lotario había
muerto en una batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo
Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles, donde había ido a parar el tarde arrepentido amigo;
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