Page 286 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-¡Ay, señora mía! -respondió la sagaz y advertida Leonela-. Y ¿qué es lo que quieres hacer con esta

                  daga? ¿Quieres por ventura quitarte la vida o quitársela a Lotario? Que cualquiera destas cosas que

                  quieras ha de redundar en pérdida de tu crédito y fama. Mejor es que disimules tu agravio, y no des

                  lugar a que este mal hombre entre ahora en esta casa y nos halle solas. Mira, señora, que somos

                  flacas mujeres, y él es hombre, y determinado; y como viene con aquel mal propósito, ciego y
                  apasionado, quizá antes que tú pongas en ejecución el tuyo hará él lo que te estaría más mal que

                  quitarte la vida. ¡Mal haya mi señor Anselmo, que tanta mano ha querido dar a este desuellacaras en

                  su casa! Y ya, señora, que le mates, como yo pienso que quieres hacer, ¿qué hemos de hacer dél

                  después de muerto?

                  -¿Qué amiga? -respondió Camila-. Dejarémosle para que Anselmo le entierre, pues será justo que

                  tenga por descanso el trabajo que tomare en poner debajo de la tierra su misma infamia. Llámale,

                  acaba; que todo el tiempo que tardo en tomar la debida venganza de mi agravio parece que ofendo a

                  la lealtad que a mi esposo debo.

                  Todo esto escuchaba Anselmo, y a cada palabra que Camila decía se le mudaban los pensamientos;

                  mas cuando entendió que estaba resuelta en matar a Lotario, quiso salir y descubrirse, porque tal

                  cosa no se hiciese; pero detúvole el deseo de ver en qué paraba tanta gallardía y honesta resolución,

                  con propósito de salir a tiempo que la estorbase.

                  Tomóle en esto a Camila un fuerte desmayo y, arrojándose encima de una cama que allí estaba,

                  comenzó Leonela a llorar muy amargamente y a decir:


                  -¡Ay, desdichada de mí si fuese tan sin ventura, que se me muriese aquí entre mis brazos la flor de la
                  honestidad del mundo, la corona de las buenas mujeres, el ejemplo de la castidad...!


                  Con otras cosas a éstas semejantes, que ninguno la escuchara que no la tuviera por la más lastimada

                  y leal doncella del mundo, y a su señora por otra nueva y perseguida Penélope. Poco tardó en volver
                  de su desmayo Camila, y al volver en si, dijo:









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