Page 287 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-¿Por qué no vas, Leonela, a llamar al más leal amigo de amigo que vio el sol, o cubrió la noche?

                  Acaba, corre, aguija, camina, no se esfogue con la tardanza el fuego de la cólera que tengo, y se pase

                  en amenazas y maldiciones la justa venganza que espero.

                  -Ya voy a llamarle, señora mía -dijo Leonela-; mas hasme de dar primero esa daga, porque no hagas

                  cosa, en tanto que falto, que dejes con ella que llorar toda la vida a todos los que bien te quieren.


                  -Ve segura, Leonela amiga, que no haré -respondió Camila-; porque ya que sea atrevida, y simple, a
                  tu parecer, en volver por mi honra, no lo he de ser tanto como aquella Lucrecia de quien dicen que

                  se mató sin haber cometido error alguno, y sin




                  haber muerto primero a quien tuvo la causa de su desgracia. Yo moriré, si muero; pero ha de ser

                  vengada y satisfecha del que me ha dado ocasión de venir a este lugar a llorar sus atrevimientos,

                  nacidos tan sin culpa mía.

                  Mucho se hizo de rogar Leonela antes que saliese a llamar a Lotario; pero, en fin, salió, y entre tanto

                  que volvía, quedó Camila diciendo, como que hablaba consigo misma:


                  -¡Válame Dios! ¿No fuera más acertado haber despedido a Lotario, como otras muchas veces lo he
                  hecho, que no ponerle en condición, como ya le he puesto, que me tenga por deshonesta y mala,

                  siquiera este tiempo que he de tardar en desengañarle? Mejor fuera, sin duda; pero no quedara yo

                  vengada, ni la honra de mi marido satisfecha, si tan a manos lavadas y tan a paso llano se volviera a

                  salir de donde sus malos pensamientos le entraron. Pague el traidor con la vida lo que intento con

                  tan lascivo deseo: sepa el mundo, si acaso llegare a saberlo, de que Camila no sólo guardó la lealtad

                  a su esposo, sino que le dio venganza del que se atrevió a ofendelle. Mas, con todo, creo que fuera

                  mejor dar cuenta desto a Anselmo; pero ya se la apunté a dar en la carta que le escribí al aldea, y
                  creo que el no acudir él al remedio del daño que allí le señalé, debió de ser que, de puro bueno y

                  confiado, no quiso ni pudo creer que en el pecho de su tan firme amigo pudiese caber género de

                  pensamiento que contra su honra fuese; ni aun yo lo creí después, por muchos días, ni lo creyera

                  jamás, si su insolencia no llegara a tanto, que las manifiestas dádivas y las largas promesas y las


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