Page 23 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante) ¿quién ha puesto a vuestra merced de esta
suerte? Pero él, seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo
mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenía alguna herida; pero no vió sangre ni
señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por
parecerle caballería más sosegada. Recogió las armas hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre
Rocinante, al cual tomó de la rienda, y del cabestro al asno, y se encaminó hacia su pueblo, bien
pensativo de oír los disparates que Don Quijote decía; y no menos iba Don Quijote, que de puro
molido y quebrantado no se podía tener sobre el borrico, y de cuando en cuando daba unos suspiro
que los ponía en el cielo, de modo que de nuevo obligó a que el labrador le preguntase le dijese qué
mal sentía; y no parece sino que el diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus
sucesos, porque en aquel punto, olvidándose de Baldovinos, se acordó del moro Abindarráez cuando
el alcaide de Antequera Rodrigo de Narváez le prendió, y llevó cautivo a su alcaidía. De suerte que
cuando el labrador le volvió a preguntar cómo estaba y qué sentía, le respondió las mismas palabras
y razones que el cautivo Abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del mismo modo que él había
leído la historia en la Diana de Jorge de Montemayor, donde se escribe; aprovechándose de ella tan
de propósito que el labrador se iba dando al diablo de oír tanta máquina de necedades; por donde
conoció que su vecino estaba loco, y dábase priesa a llegar al pueblo, por excusar el enfado que Don
Quijote le causaba con su larga arenga. Al cabo de lo cual dijo; sepa vuestra merced, señor Don
Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa, que he dicho, es ahora la linda Dulcinea del Toboso,
por quien yo he hecho, hago y haré los más famosos hechos de caballerías que se han visto, vean, ni
verán
en el mundo. A esto respondió el labrador: mire vuestra merced, señor, ¡pecador de mí! que yo no
soy don Rodrigo de Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra
merced es Baldominos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijada; yo sé quien soy,
respondió Don Quijote, y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de
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