Page 274 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Camila, y que de su lado jamás se quitase; mas ella, que en otras cosas de su gusto tenía puesto el
pensamiento y había menester aquellas horas y aquel lugar para ocuparle en sus contentos, no
cumplía todas las veces el mandamiento de su señora; antes los dejaba solos, como si aquello le
hubieran mandado. Mas la honesta presencia de Camila, la gravedad de su rostro, la compostura de
su persona era tanta, que ponía freno a la lengua de Lotario.
Pero el provecho que las muchas virtudes de Camila hicieron poniendo silencio en la lengua de
Lotario, redundó más en daño de los dos, porque si la lengua callaba, el pensamiento discurría y
tenía lugar de contemplar, parte por parte, todos los extremos de bondad y de hermosura que
Camila tenía, bastantes a enamorar una estatua de mármol, no que un corazón de carne.
Mirábala Lotario con el lugar y espacio que había de hablarla, y consideraba cuán digna era de ser
amada; y esta consideración comenzó poco a poco a dar asaltos a los respetos que a Anselmo tenía, y
mil veces quiso ausentarse de la ciudad, y irse donde jamás Anselmo le viese a él, ni él viese a
Camila; mas ya le hacia impedimento y detenía el gusto que hallaba en mirarla. Hacíase fuerza y
peleaba consigo mismo por desechar y no sentir el contento que le llevaba a mirar a Camila;
culpábase a solas de su desatino; llamábase mal amigo, y aun mal cristiano; hacia discursos y
comparaciones entre él y Anselmo, y todos paraban en decir que más había sido la locura y
confianza de Anselmo que su poca fidelidad, y que si así tuviera disculpa para con Dios como para
con los hombres de lo que pensaba hacer, que no temiera pena por su culpa.
En efecto, la hermosura y la bondad de Camila, juntamente con la ocasión que el ignorante marido
le había puesto en las manos, dieron con la lealtad de Lotario en tierra; y, sin mirar a otra cosa que
aquella a que su gusto le inclinaba, al cabo de tres días de la ausencia de Anselmo, en los cuales
estuvo en continua batalla por resistir a sus deseos, comenzó a requebrar a Camila, con tanta
turbación y con tan amorosas razones, que Camila quedó suspensa, y no hizo otra cosa que
levantarse de donde estaba y entrarse en su aposento, sin respondelle palabra alguna. Mas no
por esta sequedad se desmayó en Lotario la esperanza, que siempre nace juntamente con el amor;
antes tuvo en mas a Camila. La cual, habiendo visto en Lotario lo que jamás pensara, no sabia qué
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