Page 271 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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alguno que está puesto en atalaya de mirar por si: que se transforma en ángel de luz, siéndolo él de

                  tinieblas, y, poniéndole delante apariencias buenas, al cabo descubre quién es y sale con su

                  intención, si a los principios no es descubierto su engaño. Todo esto le contentó mucho a Anselmo, y

                  dijo que cada día daría el mesmo lugar, aunque no saliese de casa, porque en ella se ocuparía en

                  cosas que Camila no pudiese venir en conocimiento de su artificio.

                  Sucedió, pues, que se pasaron muchos días que sin decir Lotario palabra a Camila, respondió a

                  Anselmo que la hablaba y jamás podía sacar della una pequeña muestra de venir en ninguna cosa

                  que mala fuese, ni aun dar una señal de sombra de esperanza; antes decía que le amenazaba que si

                  de aquel mal pensamiento no se quitaba, que lo había de decir a su esposo.

                  -Bien está -dijo Anselmo-. Hasta aquí ha resistido Camila a las palabras; es menester ver cómo

                  resiste a las obras; yo os daré mañana dos mil escudos de oro para que se los ofrezcáis, y aun se los

                  deis, y otros tantos para que compréis joyas con que cebarla; que las mujeres suelen ser aficionadas,
                  y más si son hermosas, por más castas que sean, a esto de traerse bien y andar galanas; y si ella

                  resiste a esta tentación, yo quedaré satisfecho y no os daré mas pesadumbre.


                  Lotario respondió que ya que había comenzado, que él llevaría hasta el fin aquella empresa, puesto

                  que entendía salir della cansado y vencido. Otro día recibió los cuatro mil escudos, y con ellos cuatro
                  mil confusiones, porque no sabía qué decirse para mentir de nuevo; pero, en efeto, determinó de

                  decirle que Camila estaba tan entera a las dádivas y promesas como a las palabras, y que no había

                  para qué cansarse más, porque todo el tiempo se gastaba en balde.


                  Pero la suerte, que las cosas guiaba de otra manera, ordenó que, habiendo dejado Anselmo solos a
                  Lotario y a Camila, como otras veces solía, él se encerró en un aposento y por los agujeros de la

                  cerradura estuvo mirando y escuchando lo que




                  los dos trataban, y vio que en más de media hora Lotario no habló palabra a Camila, ni se la hablara

                  si allí estuviera un siglo, y cayó en la cuenta de que cuanto su amigo le había dicho de las respuestas

                  de Camila todo era ficción y mentira. Y para ver si esto era ansí, salió del aposento, y llamando a


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