Page 261 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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razones, y por otras muchas que te pudiera decir para acreditar y fortalecer la opinión que tengo,
deseo que Camila, mi esposa, pase por estas dificultades, y se acrisole y quilate en el fuego de verse
requerida y solicitada, y de quien tenga valor para poner en ella sus deseos; y si ella sale, como creo
que saldrá, con la palma desta batalla, tendré yo por sin igual mi ventura; podré yo decir que está
colmo el vacío de mis deseos; diré que me cupo en suerte la mujer fuerte, de quien el Sabio dice que
¿quién la hallará? Y cuando esto suceda al revés de lo que pienso. con el gusto de ver que acerté en
mi opinión, llevaré sin pena la que de razón podrá causarme mi tan costosa experiencia; y
prosupuesto que ninguna cosa de cuantas me dijeres en contra de mi deseo ha de ser de algún
provecho para dejar de ponerle por la obra, quiero, ¡oh amigo Lotario!, que te dispongas a ser el
instrumento que labre aquesta obra de mi gusto; que yo te daré lugar para que lo hagas, sin faltarte
todo aquello que yo viere ser necesario para solicitar a una mujer honesta, honrada, recogida y
desinteresada. Y muéveme, entre otras cosas, a fiar de ti esta tan ardua empresa el ver que si de ti es
vencida Camila, no ha de llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sólo tener por hecho lo
que se ha de hacer, por buen respeto, y así, no quedaré yo ofendido mas de con el deseo, y mi injuria
quedará escondida en la virtud de tu silencio, que bien sé que en lo que me tocare ha de ser eterno
como el de la muerte. Así que, si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es, desde luego
has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que
mi deseo pide, y con la confianza que nuestra amistad me asegura.
Estas fueron las razones que Anselmo dijo a Lotario, a todas las cuales estuvo tan atento, que si no
fueron las que quedan escritas que le dijo, no desplegó sus labios hasta que hubo acabado; y viendo
que no decía más, después que le estuvo mirando un buen espacio, como si mirara otra cosa que
jamás hubiera visto, que le causara admiración y espanto, le dijo:
-No me puedo persuadir, ¡oh amigo Anselmo!, a que no sean burlas las cosas que me has dicho; que
a pensar que de veras las decías, no consintiera que tan adelante pasaras, porque con no escucharte
previniera tu larga arenga. Sin duda imagino, o que no me conoces, o que yo no te conozco. Pero no;
que bien sé que eres Anselmo, y tú sabes que yo soy Lotario; el daño está en que yo pienso que no
eres el Anselmo que solías, y tú debes de haber pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía
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