Page 21 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia: que
ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y
mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte
tengo. Señor caballero, replicó el mercader, suplico a vuestra merced en nombre de todos estos
príncipes que aquí estamos, que, porque no carguemos nuestras conciencias, confesando una cosa
por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del
Alcarria y Extremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora,
aunque sea tamaño como un grano de trigo, que por el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con
esto satisfechos y seguros, y vuestra merce quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya
tan de su parte, que aunque su retrato nos muestre que es turerta de un ojo, y que del otro le mana
bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo
lo que quisiere. No le mana, canalla infame, respondió Don Quijote encendido en cólera, no le
mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones, y no es tuerta ni corcobada, sino
más derecha que un huso de Guadarrama; pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis
dicho contra tamaña beldad, como es la de mi señora. Y en diciendo esto, arremetió con la lanza
baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la
mitad del camino tropezara Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue
rodando su amo una buena pieza por el campo, y queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le
causaba la lanza, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y entre tanto que pugnaba
por levantarse y no podía, estaba diciendo: non fuyáis, gente cobarde, gente cautiva, atended que no
por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido. Un mozo de mulas de los que allí venían, que
no debía de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo
sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y llegándose a él, tomó la lanza, y después de haberla
hecho pedazos, con uno de ellos comenzó a dar a nuestro Don Quijote tantos palos, que a despecho
y pesar de sus armas le molió como cibera. Dábanle voces sus amos que no le diese tanto, y que le
dejase; pero estaba ya el mozo picado, y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su
cólera; y acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído,
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