Page 22 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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que con toda aquella tempestad de palos que sobre él lovía, no cerraba la boca, amenazando al cielo
y a la tierra y a los malandrines, que tal le parecían. Cansóse el mozo, y los mercaderes siguieron su
camino, llevando que contar en todo él del pobre apaleado, el cual, después que se vió solo, tornó a
probar si podía levantarse; pero, si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, ¿cómo lo haría molido y
casi deshecho? Y aún se tenía por dichoso, pareciéndole que aquella era propia desgracia de
caballeros andantes, y toda la atribuía a la falta de su caballo; y no era posible levantarse, según
tenía abrumado todo el cuerpo.
Capítulo 5: Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero
Viendo, pues, que en efecto no podía menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, que era
pensar en algún paso de sus libros, y trájole su cólera a la memoria aquel de Baldovinos y del
marqués de Mantua, cuando Carloto le dejó herido en la montaña... historia sabida de los niños, no
ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de viejos, y con todo esto no más verdadera que los
milagros de Mahoma. Esta, pues, le pareció a él que le venía de molde para el paso en que se
hallaba, y así con muestras de grande sentimiento, se comenzó a volcar por la tierra, y a decir con
debilitado aliento lo mismo que dicen decía el herido caballero del bosque: ¿Dónde estáis, señora
mía, que no te duele mi mal? O no lo sabes, señora, o eres falsa y desleal. Y de esta manera fue
prosiguiendo el romance hasta aquellos versos que dicen: Oh noble marquás de Mantua, mi tío y
señor Carnal. Y quiso la suerte que cuando llegó a este verso acertó a pasar por allí un labrador de su
mismo lugar, y vecino suyo, que venía de llevar una carga de trigo al molino; el cual, viendo aquel
hombre allí tendido, se llegó a él y le preguntó que quién era y qué mal sentía que tan tristemente se
quejaba. Don Quijote creyó sin duda que aquel era el marqués de Mantua su tío, y así no le
respondió otra cosa sino fue proseguir en su romance, donde le daba cuenta de su desgracia y de los
amores del hijo del Emperante con su esposa, todo de la misma manera que el romance lo canta. El
labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates, y quitándole la visera, que ya estaba hecha
pedazos de los palos, le limpió el rostro que lo tenía lleno de polvo; y apenas le hubo limpiado,
cuando le conoció y le dijo: señor Quijada (que así se debía de llamar cuando él tenía juicio, y no
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