Page 20 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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tan valiente y tan nombrado caballero, como lo es y será Don Quijote de la Mancha, el cual, como
todo el mundo sabe, ayer recibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio
que formó la sinrazón y cometió la crueldad; hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado
enemigo que tan sin ocasión valpuleaba a aquel delicado infante. En esto llegó a un camino que en
cuatro se dividía, y luego se le vino a la imaginación las encrucijadas donde los caballeros andantes
se ponían a pensar cuál camino de aquellos tomarían; y por imitarlos, estuvo un rato quedo, y al
cabo de haberlo muy bien pensado soltó la rienda a Rocinante, dejando a la voluntad del rocín la
suya, el cual siguió su primer intento, que fue el irse camino de su caballeriza, y habiendo andado
como dos millas, descubrió Don Quijote un gran tropel de gente que, como después se supo, eran
unos mercaderes toledanos, que iban a comprar a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles,
con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenas les divisó Don Quijote,
cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura, y por imitar en todo, cuanto a él le parecía posible,
los pasos que había leído en su s libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer; y así
con gentil continente y denuedo se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al
pecho, y puesto en la mitad del camino estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen
(que ya él por tales los tenía y juzgaba); y cuando llegaron a
trecho que se pudieron ver y oír, levantó Don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo: todo el
mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa
que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso. Paráronse los mercaderes al son de
estas razones, y al ver la estraña figura del que las decía, y por la figura y por ellas luego echaron de
ver la locura de su dueño, mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesión que se les
pedía; y uno de ellos, que era un poco burlón y muy mucho discreto, le dijo: señor caballero,
nosotros no conocemos quién es esa buena señora que decís; mostrádnosla, que si ella fuere de
tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que
por parte vuestra nos es pedida. Si os la mostrara, replicó Don Quijote, ¿qué hiciérades vosotros en
confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar,
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