Page 18 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro
caballo y tomad vuestra lanza, (que también tenía una lanza arrimada a la encina, adonde estaba
arrendada la yegua) que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo. El labrador, que
vió sobre sí aquella figura llena de armas, blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y
con buenas palabras respondió: señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi
criado, que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan
descuidado que cada día me falta una, y porque castigo su descuido o bellaquería, dice que lo hago
de miserable, por no pagarle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente. ¿Miente,
delante de mí, ruin villano? dijo Don Quijote. Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de
parte a parte con esta lanza: pagadle luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que os
concluya y aniquile en este punto: desatadlo luego. El labrador bajó la cabeza, y sin responder
palabra desató a su criado, al cual preguntó Don Quijote que cuánto le debía su amo. El dijo que
nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta Don Quijote, y halló que montaban sesenta y
tres reales, y díjole al labrador que al momento los desembolsase, si no quería morir por ello.
Respondió el medroso villano, que por el paso en que estaba y juramento que había hecho (y aún no
había jurado nada), que no eran tantos, porque se le había de descontar y recibir en cuenta tres
pares de zapatos que le había dado, y un real de dos sangrías que le habían hecho estando enfermo.
Bien está todo eso, replicó Don Quijote; pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotes que
sin culpa le habéis dado, que si él rompió el cuero de los zapatos que vos pagásteis, vos le habéis
rompido el de su cuerpo, y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis
sacado; así que por esta parte no os debe nada. El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí
dineros: véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro. ¿Irme yo con él,
dijo el muchacho, más? ¡Mal año! No, señor, ni por pienso, porque en viéndose solo me desollará
como a un San Bartolomé. No hará tal, replicó Don
Quijote; basta que yo se lo mande para que me tenga respeto, y con que él me lo jure por la ley de
caballería que ha recibido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga. Mire vuestra merced, señor, lo que
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