Page 17 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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nunca vistas ceremonias, no vió la hora Don Quijote de verse a caballo y salir buscando las

                  aventuras; y ensillando luego a Rocinante, subió en él, y abrazando a su huésped, le dijo cosas tan

                  extrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a

                  referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves

                  palabras, respondió a las suyas, y sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a la buena hora.



                  Capítulo 4: De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

                  La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado

                  por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole a

                  la memoria los consejos de su huésped acerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar

                  consigo, en especial la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa y acomodarse de todo, y

                  de un escudero, haciendo cuenta de recibir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos,
                  pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a

                  Rocinante hacia su aldea, el cual casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar,

                  que parecía que no ponía los pies en el suelo. No había andado mucho, cuando le pareció que a su

                  diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de

                  persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: gracias doy al cielo por la merced que

                  me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi
                  profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos: estas voces sin duda son de algún

                  menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda: y volviendo las riendas encaminó a

                  Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían; y a pocos pasos que entró por el bosque, vió

                  atada una yegua a una encina, y atado en otra un muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, de

                  edad de quince años, que era el que las voces daba y no sin causa, porque le estaba dando con una

                  pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprensión y

                  consejo, porque decía: la lengua queda y los ojos listos. Y el muchacho respondía: no lo haré otra
                  vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí

                  adelante más cuidado con el hato. Y viendo Don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:


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