Page 218 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Cardenio, y vistióle un capotillo pardo que él traía, y diole un herreruelo negro, y él se quedó en

                  calza y en jubón; y quedó tan otro de lo que antes parecía Cardenio, que él mesmo no se conociera,

                  aunque a un espejo se mirara. Hecho esto, puesto que ya los otros habían pasado adelante en tanto

                  que ellos se disfrazaron, con facilidad salieron al camino real antes que ellos, porque las malezas y

                  malos pasos de aquellos lugares no concedían que anduviesen tanto los de a caballo como los de a
                  pie. En efeto, ellos se pusieron en el llano, a la salida de la sierra, y así como salió della don Quijote y

                  sus camaradas, el cura se le puso a mirar muy de espacio, dando señales de que le iba reconociendo,

                  y al cabo de haberle una buena pieza estado mirando, se fue a él abiertos los brazos y diciendo a

                  voces:

                  -Para bien sea hallado el espejo de la caballería, el mi buen compatriota don Quijote de la Mancha,

                  la flor y la nata de la gentileza, el amparo y remedio de los menesterosos, la quinta esencia de los

                  caballeros andantes.

                  Y diciendo esto, tenía abrazado por la rodilla de la pierna izquierda a don Quijote; el cual, espantado

                  de lo que veía y oía decir y hacer a aquel hombre, se le puso a mirar con atención, y, al fin, le

                  conoció, y quedó como espantado de verle, y hizo grande fuerza por apearse; mas el cura no lo

                  consintió, por lo cual don Quijote decía:




                  -Déjeme vuestra merced, señor licenciado, que no es razón que yo esté a caballo, y una tan

                  reverenda persona como vuestra merced esté a pie.

                  -Eso no consentiré yo en ningún modo -dijo el cura-: estése la vuestra grandeza a caballo, pues

                  estando a caballo acaba las mayores fazañas y aventuras que en nuestra edad se han visto; que a mi,

                  aunque indigno sacerdote, bastaráme subir en las ancas de una destas mulas destos señores que con

                  vuestra merced caminan, si no lo han por enojo; y aun haré cuenta que voy caballero sobre el caballo
                  Pegaso, o sobre la cebra o alfana en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque, que aún hasta

                  ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema, que dista poco de la gran Compluto.






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