Page 213 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Vínosele a la memoria a Cardenio, como por sueños, la pendencia que con don Quijote había tenido,
y contóla a los demás; mas no supo decir por qué causa fue su cuestión.
En esto, oyeron voces y conocieron que el que las daba era Sancho Panza, que, por no haberlos
hallado en el lugar donde los dejó, los llamaba a voces. Saliéronle al encuentro y, preguntándole por
don Quijote, les dijo cómo le había hallado desnudo en camisa, flaco, amarillo y muerto de hambre,
y suspirando por su señora Dulcinea; y que puesto que le había dicho que ella le mandaba que
saliese de aquel lugar y se fuese al del Toboso. donde le quedaba esperando, había respondido que
estaba determinado de no parecer ante su fermosura fasta que hobiese fecho fazañas que le ficiesen
digno de su gracia. Y que si aquello pasaba adelante, corría peligro de no venir a ser emperador,
como estaba obligado, ni aun arzobispo, que era lo menos que podía ser: por eso, que mirasen lo que
se había de hacer para sacarle de allí. El licenciado le respondió que no tuviese pena; que ellos le
sacarían de allí, mal que le pesase. Contó luego a Cardenio y a Dorotea lo que tenían pensado para
remedio de don Quijote, a lo menos para llevarle a su casa; a lo cual dijo Dorotea que ella haría la
doncella menesterosa mejor que el barbero, y más, que tenía allí vestidos con que hacerlo al natural,
y que la dejasen el cargo de saber representar todo aquello que fuese menester para llevar adelante
su intento, porque ella había leído muchos libros de caballerías y sabía bien el estilo que tenían las
doncellas cuitadas cuando pedían sus dones a los andantes caballeros.
-Pues no es menester más -dijo el cura- sino que luego se ponga por obra; que, sin duda, la buena
suerte se muestra en favor nuestro, pues, tan sin pensarlo, a vosotros, señores, se os ha comenzado a
abrir puerta para vuestro remedio, y a nosotros se nos ha facilitado la que habíamos menester.
Sacó luego Dorotea de su almohada una saya entera de cierta telilla rica y una mantellina de otra
vistosa tela verde, y de una cajita un collar y otras joyas, con
que en un instante se adornó, de manera que una rica y gran señora parecía. Todo aquello, y más,
dijo que había sacado de su casa para lo que se ofreciese, y que hasta entonces no se le había
ofrecido ocasión de habello menester. A todos contentó en extremo su mucha gracia, donaire y
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