Page 222 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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No hubo bien acabado el cura, cuando Sancho dijo:
-Pues mía fe, señor licenciado, el que hizo esa fazaña fue mi amo, y no porque yo no le dije antes y le
avisé que mirase lo que hacía, que era pecado darles libertad, porque todos iban allí por grandísimos
bellacos.
-Majadero -dijo a esta sazón don Quijote-, a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si
los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos van de aquella manera o están
en aquella angustia, por sus culpas, o por sus desgracias; sólo le toca ayudarles como a
menesterosos, poniendo los ojos en sus penas, y no en sus bellaquerías. Yo topé un rosario y sarta de
gente mohína y desdichada, y hice con ellos lo que mi religión me pide, y lo demás allá se avenga; y a
quien mal le ha parecido, salvo la santa dignidad del señor licenciado y su honrada persona, digo
que sabe poco de achaque de caballería, y que miente como un hideputa y mal nacido; y esto le haré
conocer con mi espada, donde más largamente se contiene.
Y esto dijo afirmándose en los estribos y calándose el morrión; porque la bacía de barbero, que a su
cuenta era el yelmo de Mambrino, llevaba colgada del arzón delantero, hasta adobaría del mal
tratamiento que la hicieron los galeotes.
Dorotea, que era discreta y de gran donaire, como quien ya sabía el menguado humor de don
Quijote y que todos hacían burla dél, sino Sancho Panza, no quiso ser para menos, y viéndole tan
enojado, le dijo:
-Señor caballero, miémbresele a la vuestra merced el don que me tiene prometido, y que, conforme
a él, no puede entremeterse en otra aventura, por urgente que sea; sosiegue vuestra merced el
pecho, que si el señor licenciado supiera que por ese invicto brazo habían sido librados los galeotes,
él se diera tres puntos en la boca, y aun se mordiera tres veces la lengua, antes que haber dicho
palabra que en despecho de vuestra merced redundara.
-Eso juro yo bien -dijo el cura-, y aun me hubiera quitado un bigote.
-Yo callaré, señora mía -dijo don Quijote-, y reprimiré la justa cólera que ya en mi pecho se había
levantado, y iré quieto y pacífico hasta tanto que os cumpla el don prometido; pero, en pago deste
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