Page 212 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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aborrecí, como mortal enemiga mía. Mas no ha querido la suerte quitármela, contentándose con

                  quitarme el juicio, quizá por guardarme para la buena ventura que he tenido en hallaros; pues

                  siendo verdad, como creo que lo es, lo que aquí habéis contado, aún podría ser que a entrambos nos

                  tuviese el cielo




                  guardado mejor suceso en nuestros desastres que nosotros pensamos. Porque, presupuesto que
                  Luscinda no puede casarse con don Fernando, por ser mía, ni don Fernando con ella, por ser

                  vuestro, y haberlo ella tan manifiestamente declarado, bien podemos esperar que el cielo nos

                  restituya lo que es nuestro, pues está todavía en ser, y no se ha enajenado ni deshecho. Y pues este

                  consuelo tenemos, nacido no de muy remota esperanza, ni fundado en desvariadas imaginaciones,

                  suplicoos, señora, que toméis otra resolución en vuestros honrados pensamientos, pues yo la pienso

                  tomar en los míos, acomodándoos a esperar mejor fortuna; que yo os juro por la fe de caballero y de
                  cristiano de no desampararos hasta veros en poder de don Fernando, y que cuando con razones no

                  le pudiere atraer a que conozca lo que os debe, de usar entonces la libertad que me concede el ser

                  caballero, y poder con justo título desafialle, en razón de la sinrazón que os hace, sin acordarme de

                  mis agravios, cuya venganza dejaré al cielo, por acudir en la tierra a los vuestros.

                  Con lo que Cardenio dijo, se acabó de admirar Dorotea, y, por no saber qué gracias volver a tan

                  grandes ofrecimientos, quiso tomarle los pies para besárselos; mas no lo consintió Cardenio, y el

                  licenciado respondió por entrambos, y aprobó el buen discurso de Cardenio, y, sobre todo, les rogó,

                  aconsejó y persuadió que se fuesen con él a su aldea, donde se podrían reparar de las cosas que les

                  faltaban, y que allí se daría orden cómo buscar a don Fernando, o cómo llevar a Dorotea a sus

                  padres, o hacer lo que más les pareciese conveniente. Cardenio y Dorotea se lo agradecieron, y
                  acetaron la merced que se les ofrecía. El barbero, que a todo había estado suspenso y callado, hizo

                  también su buena plática y se ofreció con no menos voluntad que el cura a todo aquello que fuese

                  bueno para servirles. Contó asimesmo con brevedad la causa que allí los había traído, con la

                  extrañeza de la locura de don Quijote, y cómo aguardaban a su escudero, que había ido a buscalle.




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