Page 211 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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vano el consuelo, pues es imposible el remedio della. Sólo os ruego (lo que con facilidad podréis y

                  debéis hacer) que me aconsejéis dónde podré pasar la vida sin que me acabe el temor y sobresalto

                  que tengo de ser hallada de los que me buscan; que aunque sé que el mucho amor que mis padres

                  me tienen me asegura que seré dellos bien recebida, es tanta la vergüenza que me ocupa sólo al

                  pensar que, no como ellos pensaban, tengo que parecer a su presencia, que tengo por mejor
                  desterrarme para siempre de ser vista que no verles el rostro, con pensamiento que ellos miran el

                  mío ajeno de la honestidad que de mí se debían de tener prometida.


                  Calló en diciendo esto, y el rostro se le cubrió de un color que mostró bien claro el sentimiento y
                  vergüenza del alma. En las suyas sintieron los que escuchado la habían tanta lástima como

                  admiración de su desgracia; y aunque luego quisiera el cura consolarla y aconsejarla, tomó primero

                  la mano Cardenio, diciendo:


                  -En fin, señora, ¿que tú eres la hermosa Dorotea, la hija única del rico Clenardo?

                  Admirada quedó Dorotea cuando oyó el nombre de su padre, y de ver cuán de poco era el que le

                  nombraba, porque ya se ha dicho de la mala manera que Cardenio estaba vestido, y así, le dijo:

                  -Y ¿quién sois vos, hermano, que así sabéis el nombre de mi padre? Porque yo, hasta ahora si mal

                  no me acuerdo, en todo el discurso del cuento de mi desdicha no le he nombrado.


                  -Soy -respondió Cardenio- aquel sin ventura que, según vos, señora, habéis dicho, Luscinda dijo que

                  era su esposa. Soy el desdichado Cardenio, a quien el mal término de aquel que a vos os ha puesto
                  en el que estáis me ha traído a que me veáis cual me veis, roto, desnudo, falto de todo humano

                  consuelo y, lo que es peor de todo, falto de juicio, pues no le tengo sino cuando al cielo se le antoja

                  dármele por algún breve espacio. Yo, Dorotea, soy el que me hallé presente a las sinrazones de don

                  Fernando, y el que aguardó a oír el sí que de ser su esposa pronuncio Luscinda. Yo soy el que no

                  tuvo ánimo para ver en qué paraba su desmayo, ni lo que resultaba del papel que le fue hallado en el
                  pecho, porque no tuvo el alma sufrimiento para ver tantas desventuras juntas; y así, dejé la casa y la

                  paciencia, y una carta, que dejé a un huésped mío, a quien rogué que en manos de Luscinda la

                  pusiese, y víneme a estas soledades, con intención de acabar en ellas la vida, que desde aquel punto



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