Page 209 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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parasismo hasta otro día, que contó a sus padres cómo ella era verdadera esposa de aquel Cardenio
que he dicho. Supe más: que el Cardenio, según decían, se halló presente a los desposorios, y que en
viéndola desposada, lo cual él jamás pensó, se salió de la ciudad desesperado, dejándole primero
escrita una carta, donde daba a entender el agravio que
Luscinda le había hecho, y de cómo él se iba adonde gentes no le viesen. Esto todo era público y
notorio en toda la ciudad, y todos hablaban dello, y más hablaron cuando supieron que Luscinda
había faltado de casa de sus padres, y de la ciudad, pues no la hallaron en toda ella, de que perdían
el juicio sus padres, y no sabían qué medio se tomar para hallarla. Esto que supe puso en bando mis
esperanzas, y tuve por mejor no haber hallado a don Fernando, que no hallarle casado,
pareciéndome que aún no estaba del todo cerrada la puerta a mi remedio, dandome yo a entender
que podría ser que el cielo hubiese puesto aquel impedimento en el segundo matrimonio, por
atraerle a conocer lo que al primero debía, y a caer en la cuenta de que era cristiano, y que estaba
más obligado a su alma que a los respetos humanos. Todas estas cosas revolvía en mi fantasía, y me
consolaba sin tener consuelo, fingiendo unas esperanzas largas y desmayadas, para entretener la
vida que ya aborrezco.
Estando, pues, en la ciudad sin saber qué hacerme, pues a don Femando no hallaba, llegó a mis
oídos un público pregón, donde se prometía grande hallazgo a quien me hallase, dando las señas de
la edad y del mesmo traje que traía; y oí decir que se decía que me había sacado de casa de mis
padres el mozo que conmigo vino, cosa que me llegó al alma, por ver cuán de caída andaba mi
crédito, pues no bastaba perderle con mi venida, sino añadir el con quién, siendo sujeto tan bajo y
tan indigno de mis buenos pensamientos. Al punto que oí el pregón, me salí de la ciudad con mi
criado, que ya comenzaba a dar muestras de titubear en la fe que de fidelidad me tenía prometida, y
aquella noche nos entramos por lo espeso desta montaña, con el miedo de no ser hallados. Pero
como suele decirse que un mal llama a otro, y que el fin de una desgracia suele ser principio de otra
mayor, así me sucedió a mi, porque mi buen criado, hasta entonces fiel y seguro, así como me vio en
esta soledad, incitado de su mesma bellaquería antes que de mi hermosura, quiso aprovecharse de
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