Page 207 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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se fue, y yo quedé ni sé si triste o alegre; esto sé bien decir: que quedé confusa y pensativa y casi
fuera de mí con el nuevo acaecimiento, y no tuve ánimo, o no se me acordó, de reñir a mi doncella
por la traición cometida de encerrar a don Fernando en mi mismo aposento, porque aún no me
determinaba si era bien o mal el que me había sucedido. Díjele, al partir, a don Femando que por el
mesmo camino de aquélla podría yerme otras noches, pues ya era suya hasta que, cuando él
quisiese, aquel hecho se publicase. Pero no vino otra alguna, si no fue la siguiente, ni yo pude verle
en la calle ni en la iglesia en más de un mes; que en vano me cansé en solicitallo, puesto que supe
que estaba en la villa y que los más días iba a caza, ejercicio de que él era muy aficionado.
Estos días y estas horas bien sé yo que para mí fueron aciagos y menguadas, y bien sé que comencé a
dudar en ellos, y aun a descreer de la fe de don Fernando; y
sé también que mi doncella oyó entonces las palabras que en reprehensión de su atrevimiento antes
no había oído; y sé que me fue forzoso tener cuenta con mis lagrimas y con la compostura de mí
rostro, por no dar ocasión a que mis padres me preguntasen que de que andaba descontenta y me
obligasen a buscar mentiras que decilles. Pero todo esto se acabó en un punto, llegándose uno
donde se atropellaron respetos y se acabaron los honrados discursos, y adonde se perdió la
paciencia y salieron a plaza mis secretos pensamientos. Y esto fue porque de allí a pocos días se dijo
en el lugar cómo en una ciudad allí cerca se había casado don Fernando con una doncella
hermosísima en todo extremo, y de muy principales padres, aunque no tan rica, que por la dote
pudiera aspirar a tan noble casamiento. Díjose que se llamaba Luscinda, con otras cosas que en sus
desposorios sucedieron, dignas de admiración.
Oyó Cardenio el nombre de Luscinda, y no hizo otra cosa que encoger los hombros, morderse los
labios, enarcar las cejas y dejar de allí a poco caer por sus ojos dos fuentes de lágrimas; mas no por
eso dejó Dorotea de seguir su cuento, diciendo:
-Llegó esta triste nueva a mis oídos, y, en lugar de helárseme el corazón en oílla, fue tanta la cólera y
rabia que se encendió en él, que faltó poco para no salirme por las calles dando voces, publicando la
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