Page 16 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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dicho, que en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria;

                  que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él

                  tenía noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer; y que

                  ya había cumplido con lo que tocaba al elar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía,

                  cuanto más que él había estado más de cuatro. Todo se lo creyó Don Quijote, y dijo que él estaba allí
                  pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque si fuese otra

                  vez acometido, y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, excepto

                  aquellas que él le mandase, a quien por su respeto dejaría. Advertido y medroso de esto el

                  castellano, trajo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un

                  cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino a donde Don
                  Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas, y leyendo en su manual como que decía alguna

                  devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano, y dióle sobre el cuello un buen golpe, y tras él

                  con su misma espada un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes como que rezaba.

                  Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha

                  desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las

                  ceremonias; pero las proezas que ya habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya. Al

                  ceñirle la espada dijo la buena señora: Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero, y le dé
                  ventura en lides. Don Quijote le preguntó como se llamaba, porque él supiese de allí adelante a

                  quién quedaba obligado por la merced recibida, porque pensaba darle alguna parte de la honra que

                  alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y

                  que era hija de un remendón, natural de Toledo, que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya, y que

                  donde quiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don Quijote le replicó que por su

                  amor le hiciese merced, que de allí en adelante se pusiese don, y se llamase doña Tolosa. Ella se lo
                  prometió; y la otra le calzó la espuela, con la cual le pasó casi el mismo coloquio que con la de la

                  espada. Preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera, y que era hija de un honrado

                  molinero de Antequera; a la cual también rogó Don Quijote que se pusiese don, y se llamase doña

                  Molinera, ofreciéndole nuevos servicios y mercedes. Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí



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