Page 203 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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pero me endurecía de manera como si fuera mi modal enemigo, y que todas las obras que para
reducirme a su voluntad hacia, las hiciera para el efeto contrario; no porque a mí me pareciese mal
la gentileza de don Fernando, ni que tuviese a demasía sus solicitudes; porque me daba un no sé qué
de contento yerme tan querida y estimada de un tan principal caballero, y no me pesaba ver en sus
papeles mis alabanzas; que en esto, por feas que seamos las mujeres. me parece a mi que siempre
nos da gusto oír que nos llaman hermosas. Pero a todo esto se oponía mi honestidad, y los consejos
continuos que mis padres me daban, que ya muy al descubierto sabían la voluntad de don
Fernando, porque ya a él no se le daba nada de que todo el mundo lo supiese.
Decíanme mis padres que en sola mi virtud y bondad dejaban y depositaban su honra y fama, y que
considerase la desigualdad que había entre mí y don Fernando, y que por aquí echaría de ver que
sus pensamientos, aunque él dijese otra cosa, más se encaminaban a su gusto que a mi provecho; y
que si yo quisiese poner en alguna manera algún inconveniente para que él se dejase de su injusta
pretensión, que ellos me casarían luego con quien yo mas gustase, así de los más principales de
nuestro lugar como de todos los circunvecinos, pues todo se podía esperar de su mucha hacienda y
de mi buena fama. Con estos ciertos prometimientos, y con la verdad que ellos me decían,
fortificaba yo mi entereza, y jamás quise responder a don Femando palabra que le pudiese mostrar,
aunque de muy lejos, esperanta de alcanzar su deseo.
Todos estos recatos míos, que él había de tener por desdenes, debieron de ser causa de avivar más
su lascivo apetito, que este nombre quiero dar a la voluntad que me mostraba; la cual, si ella fuera
como debía, no la supiérades vosotros ahora, porque hubiera faltado la ocasión de decirosla.
Finalmente, don Fernando supo que mis padres andaban por darme estado, por quitalle a él la
esperanza de poseerme, o, a lo menos, porque yo tuviese más guardas para guardarme, y esta nueva
o sospecha fue causa para que hiciese lo que ahora oiréis. Y fue que una noche, estando yo en mi
aposento con sola la compañía de una doncella que me servia, teniendo bien cerradas las puertas,
por temor que, por descuido, mi honestidad no se viese en peligro, sin saber ni imaginar cómo, en
medio destos recatos y prevenciones, y en la soledad deste silencio y encierro, me le hallé delante,
cuya vista me turbó de manera que me quitó la de mis ojos y me enmudeció la lengua; y así, no fui
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