Page 200 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-Lo que vuestro traje, señora, nos niega, vuestros cabellos nos descubren: señales claras que no
deben de ser de poco momento las causas que han disfrazado vuestra belleza en hábito tan indigno,
y traídola a tanta soledad como es ésta, en la cual ha sido ventura el hallaros, si no para dar remedio
a vuestros males, a lo menos, para darles consejo, pues ningún mal puede fatigar tanto, ni llegar tan
al extremo de serlo, mientras no acaba la vida, que rehuya de no escuchar, siquiera, el consejo que
con buena intención se le da al que lo padece. Así que, señora mía, o señor mío, lo que vos
quisiéredes ser, perded el sobresalto que nuestra vista os ha causado, y contadnos vuestra buena o
mala suerte; que en nosotros juntos, o en cada uno, hallaréis quien os ayude a sentir vuestras
desgracias.
En tanto que el cura decía estas razones estaba la disfrazada moza como embelesada, mirándolos a
todos, sin mover labio ni decir palabra alguna, bien así como rústico aldeano que de improviso se le
muestran cosas raras y dél jamás vistas. Mas volviendo el cura a decirle otras razones al mesmo
efeto encaminadas, dando ella un profundo suspiro, rompió el silencio y dijo:
-Pues que la soledad destas sierras no ha sido parte para encubrirme, ni la soltura de mis
descompuestos cabellos no ha permitido que sea mentirosa mi lengua, en balde seria fingir yo de
nuevo ahora lo que si se me creyese, sería más por cortesía que por otra razón alguna. Presupuesto
esto, digo, señores, que os agradezco el ofrecimiento que me habéis hecho, el cual me ha puesto en
obligación de satisfaceros en todo lo que me habéis pedido, puesto que temo que la relación que os
hiciere de mis desdichas os ha de causar, al par de la compasión, la pesadumbre, porque no habéis
de hallar remedio para remediarlas, ni consuelo para entretenerlas. Pero, con todo esto, porque no
ande vacilando mi honra en vuestras intenciones, habiéndome ya conocido por mujer y viéndome
moza, sola y en este traje, cosas, todas juntas, y cada una por si, que pueden echar por tierra
cualquier honesto crédito, os habré de decir lo que quisiera callar, si pudiera.
Todo esto dijo sin parar la que tan hermosa mujer parecía, con tal suelta lengua, con voz tan suave,
que no menos les admiró su discreción que su hermosura. Y tornándole a hacer nuevos
ofrecimientos y nuevos ruegos para que lo prometido cumpliese, ella, sin hacer más de rogar,
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